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Por Ricardo Sevilla
Ricardo Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas, ha vendido la franquicia del Mazatlán F.C. en una cifra que, de acuerdo con fuentes deportivas, supera los 100 millones de dólares.
Se sabe que el equipo de futbol, nacido de la polémica y poco ética mudanza de los extintos Monarcas Morelia, nunca logró arraigo deportivo ni comercial en el puerto sinaloense. De hecho, se convirtió en una carga financiera insostenible para el magnate en medio de la fuerte crisis que enfrenta.
La deuda histórica de las empresas de Ricardo Salinas Pliego, ratificada por resoluciones del Poder Judicial de la Federación (PJF) y la SCJN, asciende a más de 40 mil millones de pesos (aproximadamente $2.3 mil millones de dólares). La opinión pública y analistas exigen que el dinero de la venta cubra una parte de este monto legalmente exigible.
David Faitelson, exempleado de Salinas Pliego, condenó el proceso: “Arrebataron, desarraigaron a una plaza como Morelia. Se la llevaron a Mazatlán y ahora se ‘joden’ a Mazatlán para convertirlo en Atlante”, declaró.
Y tiene razón.
Y es que esta transacción, más allá de si nos gusta o no el deporte de las patadas, evidencia la visión del fútbol mexicano como un negocio de franquicias desechables, donde la pasión y la afición son brutalmente ignoradas a favor de la rentabilidad empresarial.
Ahora bien, la venta (o desinversión) del Mazatlán F.C. es un síntoma de un problema financiero más profundo. TV Azteca se encuentra en un proceso de reestructuración de deuda en dólares.
¿Cómo ve esto el público de a pie? Que la venta del equipo es un movimiento desesperado para inyectar liquidez, sanear balances y mitigar la presión financiera y legal que acecha a Grupo Salinas, cuyo valor en bolsa ha caído drásticamente.
Una cosa ha quedado clara: para Salinas Pliego, el equipo nunca fue un bien cultural ni deportivo, sino un activo financiero que, lamentablemente, se vendió a capricho del deudor fiscal.
