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Eduardo López Betancourt
elb@unam.mx
Cada vez con mayor intensidad, en distintos colectivos del mundo se aprecia el valor de las mascotas, las cuales se vuelven parte de la familia. Esto se observa particularmente con los perros.
Es impresionante el trato que reciben y la manera cuidadosa en que son atendidos; puede decirse que son los irracionales más queridos. Sus razas son diversas y algunas han experimentado mutaciones que han dado lugar a ejemplares notablemente hermosos. En ciertos casos, sus precios alcanzan cifras inimaginables. Al final, es evidente que existe un derecho absoluto de tener en la familia a un can y brindarle un trato, sin duda, maravilloso.
La situación, sin embargo, ha llegado a extremos. La moda, la ropa y hasta los zapatos han sido diseñados para perros. Hoy resulta cotidiano que en hoteles, restaurantes y otros lugares de convivencia se permita el ingreso con mascotas. No obstante, en algunos casos, la situación se ha vuelto verdaderamente sorprendente: se trata a los perros como auténticos humanos y hasta se les reconocen “derechos”.
Recientemente, en la ciudad de Nueva York se analizó el tema de los divorcios en parejas con perros. El juez, en estos casos, debe decidir a cuál de los dos se otorga la “adopción” del animal y establecer que el otro pueda visitarlo y sacarlo a pasear una vez por semana o conforme a otras disposiciones. Nada extraño será que, pronto, se les confieran derechos similares a los de los menores de edad.
El amor hacia las mascotas es impresionante: incluso existen casos en que se les hereda, fenómeno que refleja un extremo de exageración.
A las mascotas hay que quererlas y darles un trato sumamente digno, pero jamás debemos llegar al extremo de considerarlas seres humanos poseedores de derechos, como ocurre actualmente en algunos lugares, pues ello resulta una aberración. No podemos permitir convertirnos en una humanidad perruna o en una perruna humanidad, donde el ser humano se vuelva perro y el perro, humano.
