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Por Jorge Gómez Naredo
La oposición está en una gran crisis. No sólo de principios, proyecto y ética, sino también en cuestión de estrategia política.
El 2 de junio de este año, Morena y sus aliados ganaron no sólo las elecciones presidenciales, sino que también se hicieron del control de la Cámara de Diputados y de Senadores.
Con el control de ambas cámaras, Morena y sus aliados pueden modificar la Constitución sin necesidad de pactar con oros grupos político. Esto es una realidad, y nadie la puede cambiar. Además, esa mayoría calificada no es algo artificial, es decir, no se debe a una alianza política, sino que posee una legitimidad indiscutible en las urnas.
En lugar de establecer una estrategia a partir de estos resultados y de entender que sus adversarios poseen la mayoría calificada, la oposición conformada por el PAN y el PRI ha decidido actuar vía la presión política, las argucias leguleyas y también a partir de campañas de desprestigio a una mayoría calificada que tiene legitimidad y apoyo popular.
Los resultados de esta estrategia de la oposición están a la vista de todos: los legisladores del PRI y del PAN actúan como si sus resultados fueran buenos, y como si su discurso para deslegitimar la mayoría calificada de Morena y sus aliados fuera atractivo para la sociedad mexicana.
Lo que en realidad la derecha ha hecho con esta estrategia es generar más antipatía por parte de la gente.
Y es que, si el 2 de junio el pueblo votó por apoyar el conjunto de reformas propuesta por el ex presidente Andrés Manuel López Obrador y por la presienta Claudia Sheinbaum, buscar impedirlo por varias vías le ha generado a la oposición mayor rechazo popular.
La derecha no entiende que, para salir de su crisis, precisa ofrecer un proyecto de nación atractivo, no lloriqueos ni trampas ni insultos. Pero pues si no lo entienden, allá ellos.