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Por Sabina Berman
El doctor Masayoshi Sung le llamó a la presidenta de la sección Latinoamérica de su banco digital.
–Hola, Camila –le dijo en inglés.
–Mister Sung, ¿cómo van las cosas? –le contestó, honrada, ella.
No diario te llama tu jefe, uno de los ricos más ricos del mundo.
–Con la noticia, querida Camila, que encontré nuevos inversionistas, pero luego de revisar nuestros números, quieren que cortemos a la mitad nuestra planta de empleo.
Sung le ordenó qué hacer. Camila debía pedirle a cada gerente de cada país latinoamericano despedir a la mitad de sus empleados.
Camila le llamó a cada gerente.
A la semana la mitad de los empleados del banco estaban fuera, no solo en Latinoamérica, en el mundo, donde otras Camilas habían mandado despedir a cien mil empleados.
Entonces vino lo difícil.
Sung volvió a llamarle a su gerente latinoamericana y le ordenó que despidiera a la mitad de los gerentes.
Cada dos países tendrían un solo gerente.
–Dioses –dijo ella. Pero se recompuso de inmediato. –Claro –dijo.
Camila aspiró profundo antes de marcarle a cada gerente que debía despedir. Cada uno una persona con quien ella había conversado durante años, varios con cuya familia había departido en sus visitas por la región.
A cada gerente le explicó la contingencia. Escuchó a cada cual dolerse y luego amenazar con buscar una compensación por despido injustificado.
Para la quinta llamada, sin embargo, Camila ya había puesto en su iPhone una serie que le encantaba, la escuchaba con un audífono en un oído mientras miraba al gerente despedido en la pantalla del zoom desbaratarse en sollozos.
–Lo sé, lo sé, lo lamento enorme –decía de vez en cuando Camila. –Pero tú sabes, los negocios no tienen corazón. No, no eres tú, es la macro-economía de la empresa. Lo siento, de verdad.
A la semana le llamó a mister Sung para decirle:
–Asunto cerrado. Tal vez haya que dar una sola indemnización. El gerente de Chile se puso flamenco.
–Muy bien operado –le contestó su jefe. –Felicidades.
–Mil gracias.
–Ahora un último anuncio.
–Escucho.
–Debes cortarte a ti misma la cabeza.
Camila no contestó.
–Ya sabes –dijo su jefe–, los negocios no tienen corazón. Es la macroeconomía. Lo siento.
Camila siguió sin responder.
Sung ahora le debe, según Camila, 99 millones de dólares. Camila lo demandó.