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Por Eduardo López Betancourt
Uno de los restaurantes más emblemáticos de la CDMX, ha sido “El Taquito”, ubicado en Calle del Carmen 69, en el Centro Histórico. Su pretérito se remonta a 1923, fecha en que sus fundadores, Marcos Guillén y Concepción Rioja, lograron abrirlo; sin duda fueron gratas personas y excelentes anfitriones, quienes recibieron a infinidad de personajes de los ámbitos políticos, artístico y taurinos, tales como Mario Moreno “Cantinflas”, María Félix, Hugo Sánchez, José José, Jorge Negrete, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Gabriel García Márquez, Diego Rivera, José Clemente Orozco, entre muchos otros. En el mundo de las artes, grandes pintores y dramaturgos encontraron en tan bello lugar un gratísimo centro de reuniones, donde sus especialidades eran los antojitos mexicanos, sopes, pambazos, quesadillas y tacos de lengua y carnitas.
Al final, “El Taquito” es un lugar simbólico, sus paredes, mesas y su personal, casi todos con la gratísima experiencia de los años y el buen trato; por ello ha sido una noticia impactante, triste y preocupante, digna de analizarse el que simplemente se ha dicho: “El Taquito” cierra sus puertas, porque los ambulantes lo han invadido…”.
En efecto, el ambulantaje constituye una gran rémora, propiciado descaradamente por las alcaldías que han encontrado un “filón” de oro para enriquecerse a manos llenas. El ambulantaje es una competencia desleal, donde cotidianamente se venden artículos robados y por supuesto, no pagan impuestos, pero si generosas cuotas a corruptos funcionarios; no solo “El Taquito” ha sido víctima del ambulantaje, sino infinidad de centros de trabajo lícitos, los cuales se ven asediados por estos gánsteres.
Debemos precisar que el ambulante no es un particular, no es un individuo que sale a vender su mercancía, entre ella, comida que provoca graves enfermedades gastrointestinales y donde la impunidad es sistemática. Los ambulantes bien pueden ser considerados una mafia manejada por unos cuantos verdaderos delincuentes.
Acabar con el ambulantaje es la conducta imprescindible de un gobierno que se dé a respetar.