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Arreando al elefante | Por él yo estoy aquí

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Por Ana María Vázquez

Yo era funcionario en Venezuela, algo así como la “secreta de aquí”, y míreme, se alzó de hombros y casi con rabia levantó uno de los costales de cascajo; están pesados dijo el otro, un colombiano bastante más delgado y bajito; le creímos y nos engañó, ya robó mucho, ya que se vaya, entre las pausas de la carga de los 18 costales, el venezolano alto, fornido, continuaba -yo tengo mi celular de allá y estamos entre dos fuegos, las boletas ya las contaron pero no las quieren sacar porque por mucho ganó la derecha, con Corina y Estados Unidos, ¿cree que no lo sabemos?, por el otro, Maduro y su familia que se enriquecieron del pueblo. A mí no me cuentan, que yo lo vi. Y que los otros quieren nuestros recursos, pues que se los lleven y nos dejen vivir.

Sonrientes, amables, educados al extremo, llegaron puntualmente a las 9 am, forman parte de los muchos latinoamericanos que han encontrado refugio y trabajo en nuestro país “aunque sea de esto”, como diría el veneco mirando la carga del camión destartalado.

Justo quería escribir sobre Venezuela, había visto la misma táctica golpista de los medios internacionales que se manejó aquí y buscaba información y fuentes desde hacía tiempo; había visto los focos de violencia, leía sobre la ruptura de relaciones con Argentina, Chile, Perú, Costa Rica, Panamá, Dominicana y Uruguay; las declaraciones de un siempre enloquecido Milei, el pleito con Elon Musk y un ensayo sobre las más de 1000 sanciones impuestas a Venezuela.

No hay casualidades, aquel joven fornido, moreno, en la segunda mitad de sus 30 me aterrizó a la realidad de los que tienen que abandonar por fuerza su país “si me quedo me matan, si regreso ahora, también”, es la frase que he escuchado reiteradamente a muchos venezolanos que han tenido que emigrar por hambre, violencia o razones políticas y que, para el sistema que los expulsó no valen más que el cascajo que ahora levantaban de mi casa, salvo, claro está, por las remesas.

Al momento de escribir estas líneas, solo tengo presente que aquel venezolano al que ni siquiera tuve tiempo de preguntar su nombre, me expuso con más claridad que todas las fuentes una realidad durísima: entre dos ambiciones, el pueblo es el que siempre pierde. Estreché la mano de ambos deseándoles lo mejor y dándoles la bienvenida a México, al tiempo que hacía votos de que pronto pudieran volver a sus respectivos países.

Ana María Vázquez
Escritora/dramaturga

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