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Arreando al Elefante | Los zapatos del presidente

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ANA MARÍA VÁZQUEZ

No se puede llegar, señor, -le dijo el militar- la carretera está cerrada. El vehículo se había quedado atrapado entre el lodazal del desastre que había dejado el huracán.

Ni modo, -respondió él sonriendo-, nos tocará llegar a pie. La comitiva que lo acompañaba se miró, incrédulos tras sus palabras, pero lo conocían de sobra como para saber que hablaba en serio, sabía que su sola presencia aceleraría la reconstrucción y de paso, daría ánimo a la gente. No era la primera vez que recorría caminos, cerros y veredas a pie, lo había hecho toda su vida, pero hoy, con 69 años, y aun gozando de inexplicable vitalidad, la empresa parecía descabellada. Sus pies se hundieron en el fango y se adelantó al equipo que aun dudaba. Como antes, como siempre, esos zapatos tan criticados volvieron a ensuciarse, pero no podía dejar al pueblo solo.

Cruzaron por rancherías devastadas y algunos lugareños comenzaron a unirse al contingente y él, sin perder la sonrisa de cuando en cuando gritaba ¡ánimo, ya falta menos! Pero la carretera municipal estaba todavía lejos y las condiciones del terreno hacían que la marcha a pie fuera lenta…lenta. Un niño se unió al grupo, tendría unos 10 u 11 años y quería ver a su familia en el puerto, playera azul con blanco, bermudas, zapatos desgastados y una pícara sonrisa -Yo le digo por donde cortamos camino, jefe- exclamó animado, y el pequeño guía se adelantó al Jefe y al contingente. El calor sofocaba y la lluvia caía a momentos, pero el Comandante Supremo no aflojaba el paso. -Mire patrón, cruzamos este río y nos ahorramos media hora de camino- hizo una pausa para quitarse los viejos zapatos, con la mano izquierda los sostuvo mientras hacía equilibrios al cruzar; el Jefe, pelo blanco y rostro serio seguía los pasos del pequeño. Una foto, un click guardó para la historia ese momento que posteriormente se empató con la foto de un joven Andrés Manuel cuarenta años atrás, con el pantalón remangado, los zapatos en la mano izquierda y la derecha señalando el camino mientras unos cuantos, seguían sus pasos entre el fango.

Hay relevo, sin duda, en ese niño que hoy puede contar cómo acompañó al presidente en su camino, cuando el pueblo más lo necesitaba.

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