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Ricardo Sevilla
Cuando el narcisismo, el culto a la personalidad y la política se combinan es fácil que surjan aberraciones como Sandra Cuevas. Y es que, desde hace meses,
la panista que (mal) gobierna la alcaldía Cuauhtémoc, se ha lanzado, de manera inmisericorde, a la autopromoción y a intentar seducir al auditorio.
La mujer que mandó quitar rótulos en los puestos y locales ambulantes, ahora tuvo la burda idea de manda colocar imágenes de ella en varios edificios.
Para nadie es un secreto que Cuevas, desde que inició su gestión, ha antepuesto sus deseos a las necesidades de la gente. Por si fuera poco, la ausencia de ética en las actividades políticas que realiza se ha convertido en norma.
Pero Sandra Cuevas, a diferencia de los llamados “líderes carismáticos”, no tiene capacidad de persuasión. La política panista no solo adolece de una buena narrativa, sino que por su cabeza atolondrada no parecen circular las ideas.
Por otro lado, no importa que la panista ordene inundar la alcaldía con su imagen. La gente sabe que su capacidad para el engaño es infinita y, por eso, no volverán a votar por ella.
Cuevas, que ha demostrado ser intolerante y agresiva, ha intentado comprar lealtades lanzando pelotas con billetes de 500 pesos y pactando con delincuentes. Pero su falta de proyecto político y su ausencia de empatía con la gente, ha hecho que sufra un rechazo coral donde sea que se presenta.
Sandra Cuevas, que conquistó la Cuauhtémoc gracias a los golpes bajos que asestó su mentor Ricardo Monreal contra Morena, debería saber que su comportamiento, tozudo, pendenciero y egocentrista, está en concordancia con la teoría de la participación centrada en el interés personal y las motivaciones instrumentales: “voto a aquellos que prometen lo que egoístamente deseo”.
Ojalá que Sandra Cuevas estuviera tan obsesionada por trabajar concienzudamente por la alcaldía Cuauhtémoc como lo está con anegar de la publicidad toda la demarcación. Pero lamentablemente su ambición personal supera todo.