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Cuando tenía tan solo 3 años de edad se perdió en Chapultepec.
Deyanira Carmona.
Hace ya varios años, para ser exacto en 1995, una mujer que transitaba por el Bosque de Chapultepec, comenzó a gritar muy desesperada por encontrar a su hija, a quien minutos antes había perdido de vista. “¡Juana!, ¡Hija!,¿Dónde estás?”, gritaba entre las personas que pasaban, pero los lugareños le dijeron que la niña de tan solo 3 años de edad jamás había sido vista por alguno de ellos.
Entre la desesperación de no lograr dar con la niña, algunos testigos llamaron a los números de emergencia, por lo que minutos después arribaron al lugar policías. Los uniformados realizaron el reporte de su desaparición en el Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA), buscaron por cielo, mar y tierra, pero jamás lograron localizar a la menor.
A pesar de los años, la mujer jamás perdió la esperanza de encontrar a su hija, pues testigos dicen que siempre se le vio pegando carteles y contando su historia por si alguien lograba dar con ella. Otros señalaron que, a pesar del golpe fuerte que la vida le había dado, la mujer jamás dejó de creer en Dios y que era tanta su devoción que puso en sus manos el nombre de su hija, para que pudiera encontrarla.
Pasó un día, tres meses y varios años sin que la mujer supiera algo de su hija, sin embargo, 27 años después Dios escuchó sus plegarias y pudo volver a tenerla entre sus brazos. “¡Soy yo!”, dijo Rocío de 30 años o mejor di cho Juana, al ver en redes sociales una foto de ella misma cuando tenía tan solo 3 años, en la parte superior central decía “Se Busca”, por lo que inmediatamente se reportó a los números que estaban expuestos en el boletín.
“Soy yo la niña de la fotografía” dijo Juana cuando asistió a la Fiscalía General de Justicia (FGJ) y le hicieran una prueba de ADN, en la cual coincidió el 99.99%. “¡Al fin te he encontrado, mamá!”, decía Juana con lágrimas en los ojos mientras esperaba a que su madre llegara a ver los resultados y se diera cuenta que, sin duda, era ella.
Al encontrarse después de casi tres décadas, madre e hija se abrazaron y comenzaron a llorar, pues, aunque la vida las llevó por caminos diferentes también, la vida misma se encargó de juntarlas. Tal vez en ellas sí aplicó la frase que muchos dicen: “la sangre llama”.
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