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Al segundo intento logró su cometido

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El hombre se arrojó desde lo alto del distribuidor vial Heberto Castillo, en Venustiano Carranza.

Redacción Grupo Cantón. 

Nadie sabe lo que hay después de la muerte, pues desde la antigüedad ha sido un enigma y uno de los temas más estudiados por la ciencia y la filosofía.

Para Heidegger, filósofo existencialista, la muerte es “una dimensión de la vida”, Sócrates por otro lado, la definía como un sueño placentero donde no había ningún disturbio, en el cual se mantiene una posibilidad de encuentro con aquellos que ya han muerto. Hasta el momento no existe una prueba comprobable por el método científico o de alguna religión que explique con exactitud qué es la muerte y qué sucede después de ella.

Para algunas personas es posible la reencarnación, para algunos otros la muerte resulta ser la llave para entrar al paraíso o al infierno, mientras que otros creen que es solo un estado del cuerpo humano.

Lo que sí se puede asegurar es que el humano es tan frágil que, al menos en esta vida, la muerte es la única que lo acompaña y que tal vez, es la percepción de ella, lo que hace que el ser humano le dé sentido a la vida, pero ¿Qué sucede cuando no se es capaz de atribuirle este sentido? Hace un par de días un sujeto muy desesperado, llorando y en muy mal estado físico, con ojeras muy marcadas y delgado decidió terminar con su vida.

Luego de que se subiera a un puente peatonal ubicado en Sidar y Rovirosa y Eje 3 Oriente, colonia Jardín Balbuena, salto el barandal y agarrado de sus manos al metal y con los pies casi volando pensaba en lo que iba a hacer.

“¡No te avientes, por favor!”, “las cosas tienen solución”, “Yo puedo ayudarte”, escuchaba el hombre de 60 años de algunas personas piadosas que intentaban ser persuadido de continuar con vida.

DOS INTENTOS

Todos creían que el hombre terminaría con su vida al aventarse al vacío, sin embargo, nadie esperaba que en su bolsa derecha portaba un arma mortal: un picahielo.

Fue así que, en su desesperación, sacó el arma punzocortante y con el deseo de acabar de una vez por todas con su martirio, se clavó el arma en el abdomen.

“¡Detente, por favor!”, gritaron transeúntes y automovilistas que miraban azorados la escena, pero la decisión estaba tomada y con sangre en el cuerpo, fue soltando poco a poco sus dedos con los cuales se sujetaba. Sus ojos vieron por última vez el transitar de los coches y algunas casas y edificios en las aceras cercanas; el aire lo cubrió por unos segundos, hasta que su cuerpo se desvaneció desde una altura de 10 metros.

Nadie supo cuáles fueron los motivos que condujeron al hombre a tomar su fatal decisión, solo él sabía lo que pasaba por su mente y lo que tenía atorado en su corazón.

Tal vez una enfermedad incurable, una depresión o la soledad, pero ese secreto se lo llevó a su tumba. La historia del suicida terminó cuando peritos llegaron a recoger su cuerpo al Distribuidor Vial Heberto Castillo,, y terminó en el Semefo, donde ahora esperan que alguien llegue a reclamarlo.

 

 

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