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La Ciudad de México se colocó como la más insegura y violenta de todo el país en el 2018; pero incrementar drásticamente a los elementos del Ejército para sacarlos a las calles, no es un motor para generar paz.
Por si fuera poco, se opone a las propuestas de la nueva configuración partidista en la capital. Todo parece un engaño; y, en segundo lugar, la seguridad pública tiene demasiadas aristas que no responden únicamente a la contención con cuerpos armados. Se ha corroborado que factores económicos y sociales son los que han desatado la violencia.
Pero en la ciudad, las cosas se han salido de control. Cierto, el Ejército ha dado resultados en diferentes propósitos, muchos de sus procedimientos han sido cuestionados por transgredir los derechos humanos de las personas, han pisoteado la dignidad humana más de una vez, e incluso han llamado la atención de la CNDH, institución que ha demostrado la implicación de este cuerpo en desapariciones forzadas, tortura y asesinatos.
Por otro lado, especialistas se han dedicado a realizar posibles escenarios en caso de que haya deserción en diferentes corporaciones policiacas capitalinas, lo que ha propiciado un incremento del crimen organizado con personas que tienen información clasificada, que sería muy útil para los fines de estas organizaciones.
Es soberbio e ingenuo pensar, que las decisiones drásticas “limpian” de todo mal a las instituciones, las y los policías en la ciudad que, como los elementos de la recién ingresada Guardia Nacional a algunas alcaldías, requieren protocolos de actuación y mucha capacitación.
Es cierto que hay corrupción al interior de las corporaciones, pero el ingreso de la Guardia Nacional, sin protocolos y capacitación, no es ninguna garantía para que las malas prácticas se terminen, y para que la inseguridad se termine.