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Alguna vez me comentaron que los intelectuales no pueden acercarse al futbol porque es bastante pueril observar a veintidós millonarios ir detrás de un balón y enfebrecerse hasta el delirio cuando éste penetra el llamado arco contrario que se convierte en el de la victoria, como si el honor de los fanáticos dependiera de cuanto hacen las botas de sus ídolos intocables en una reminiscencia no muy lejana de los dictadores que aplastan la voluntad general pisoteándola literalmente.
La descripción es bastante dura y no concuerdo con ella porque gracias al deporte y a los grandes espectáculos que además encumbran nuestra cultura y las tradiciones centenarias, como la fiesta de los toros, las grandes masas no piensan sólo en política y cuentan con escenarios propios para el desfogue interior. Una buena dosis de libertad cada semana no daña al cerebro y sí, en cambio, redime a las almas atormentadas por los malos gobiernos, desde dictaduras hasta titiriteros de malas artes, o las demagogias crispantes. No todos piensan igual y reconocerlo así es comenzar a andar hacia la democracia; pero ¡qué difícil es ganar el respeto de los adversarios!
Tal deben pensar algunos de quienes acompañaron y exaltaron a López Obrador durante sus primeros años de lucha al contemplar a varios de los miembros de su gabinete presidencial, Olga Sánchez Cordero, Esteban Moctezuma Barragán, Alfonso Romo Garza, sobre todo, Alfonso Durazo Montaño, Javier Jiménez Espriú, Carlos Urzúa Macías, Manuel Bartlett y otro más quienes, naturalmente, no necesitan de sus estipendios reducidos porque cuentan con capitales abundantes, inmuebles que pueden o no declarar, y una larga cauda de negocios.
De allí que surjan diferencias graves entre algunos, como Romo y Julio Scherer Ibarra, empeñados en asesorar al presidente según sus distintas doctrinas e incluso sus propósitos personales para estar más cerca y con mayor influencia de la Presidencia sin retrato –nos ahorramos un millón de pesos con ello que bien habría podido donar, para exaltar su amistad, Ricardo Salinas Pliego o Emilio Azcárraga Jan-.
Si el mandatario en curso habla de intentar la unidad de la República como basamento de la Cuarta Transformación, debería comenzar con esos colaboradores adinerados que no se parecen al perfil del servidor público dibujado por el presidente cuyo buque insignia lleva a algunos pasajeros que no precisamente vivieron mal al calor de la burguesía y/o de la Presidencia de la República. Sólo Juárez y Morelos se salvaron de las tentaciones de la ambición; o algunos más, como Hidalgo y Madero, cedieron sus bienes para engendrar los valores libertarios; finalmente, el general Cárdenas vivió como un potentado en una extraña simbiosis de su grandeza socialista y de la burguesía de su época.
De estas sutilezas, muchas de ellas parodias sin contemplaciones, está llena la historia incluso la de este nuevo lanzamiento hacia la utopía tapizada por la esperanza y el rencor, incompatibles.