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López Betancourt
Los aeropuertos se encuentran saturados por una práctica deshonesta e indignante, tolerada por las autoridades que, en última instancia, incumplen su deber de vigilancia y aplicación estricta de la ley.
Las personas con discapacidad merecen todo nuestro respeto y apoyo; cualquier esfuerzo por mejorar su calidad de vida siempre será insuficiente. Sin embargo, resulta profundamente reprobable que individuos sin necesidad real de utilizar sillas de ruedas las soliciten con cinismo, únicamente para evadir filas o procedimientos, vulnerando el orden y los derechos de los demás.
Es evidente que quien requiere una silla de ruedas debería contar con un certificado médico que respalde esa condición. No obstante, en muchos aeropuertos basta con pedir “el servicio” para obtener privilegios indebidos, como pasar al frente en los filtros migratorios, mientras los demás pasajeros esperan con paciencia. Esta situación constituye una auténtica arbitrariedad y un reflejo de la falta de control institucional.
Otro fenómeno igualmente molesto es el de los pasajeros que viajan con perros dentro de los aviones o transportes públicos. Con frecuencia, basta un documento apócrifo emitido por algún supuesto especialista para justificar su ingreso, aun cuando estos animales causen molestias, orinen o defequen durante el trayecto. La anarquía, la falta de respeto a las normas y la ausencia de valores cívicos han generado un ambiente donde cada quien actúa conforme a su conveniencia, sin consideración hacia los demás.
El problema de los animales de compañía es solo un ejemplo del deterioro del comportamiento social, donde prevalecen la mentira, el engaño y la picaresca sobre el respeto, la honestidad y la convivencia armónica.
Existen, sin embargo, sociedades dignas de admiración y ejemplo. Japón, por mencionar una, se distingue por su civismo, orden y profundo respeto hacia los demás. Sería deseable seguir su modelo para recuperar la educación social y el sentido de responsabilidad colectiva que tanto nos hacen falta.