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Hermanos migrantes, padres increíbles

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La historia de Alfonso y Heriberto, quienes debían abandonar a sus hijos por meses para darles una mejor vida, fue contada por sus hijas en entrevista para Diario Basta

DIEGO RAYA
GRUPO CANTÓN

En vísperas del Día del Padre, la historia de Alfonso y Heriberto Cendejas resulta ser la historia de dignidad y admiración de dos hombres extraordinarios. Hermanos de sangre y de destino, cruzaban la frontera hacia Estados Unidos en condiciones inhumanas, escondidos en cajuelas o entre cajas de fruta y verdura bajo las intermitencias del desierto de Arizona, donde fueron abandonados por el pollero que les prometió cruzarlos.

Fue en 1975, bajo la luna y guiándose por las estrellas que lograron no solo sobrevivir, sino salvar a otros migrantes que también fueron dejados atrás. Así lo contaron Norma y Maribel, hijas de dichos padres ejemplares.

Durante varios años, Alfonso y Heriberto, junto a otros hermanos, vivieron en condiciones terribles: trailas llenas de animales ponzoñosos, jornadas de más de doce horas bajo heladas y temperaturas extremas. Enfermos de los pulmones, insolados, sin domingos libres, arriesgando la vida haciendo cualquier tipo de trabajo, como limpiar lagunas llenas de culebras, todo por una causa: enviar dinero a la capital para mantener a sus hijos, esposas y a sus padres.

Se levantaban a las tres de la mañana, hacían su lonche, trabajaban sin parar y apenas dormían. Vivían con lo indispensable, mandaban todo lo demás por Western Union. Con el tiempo, ayudaron a levantar una casa familiar en la Ciudad de México, el único “lujo” ganado a base de ser tan matados en las jornadas de pizca de fruta.

Norma y Maribel, sus hijas, contaron los abusos laborales de sus propios familiares: “Les pagaban lo que querían, soportaron humillaciones, pero nunca dejaron de luchar”, señalaron. Heriberto incluso vivió tres meses varado en la frontera, durmiendo en un carro viejo y vendiendo comida para poder regresar a la ciudad. Alfonso tuvo que mantener a siete hijos y Heriberto a cuatro. A pesar de los largos periodos que pasaban lejos de sus esposas, nunca formaron otra familia, se mantuvieron fieles y firmes. “Fueron de los mejores para trabajar”, dijo Armando para Diario Basta.

Sus hijos, como Norma, Maribel y Armando, los recuerdan con orgullo. Ellos también crecieron casi como hermanos, bajo el cuidado de su abuelo Rutilio, el padre de todos mientras los suyos estaban ausentes.

Los hijos crecieron y también se integraron a las cuadrillas en los campos de Florida, tras la amnistía de 1987.

Su historia está marcada por la unión, por el dolor, por el trabajo sin descanso y por un amor infinito a su familia. Nunca compraron grandes cosas por miedo, por prudencia, por respeto entre hermanos. Pero sí ganaron algo más valioso: el reconocimiento eterno de sus hijos, quienes saben que lo impensable que ellos hicieron durante su vida fue por amor.

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