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¿1 like = 1 voto? No necesariamente

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Por Alfredo Medellín Reyes Retana

A unas semanas de este 17 de mayo, el Día Mundial de Internet, vale la pena reflexionar sobre el papel que juegan las redes digitales en nuestra democracia, especialmente en un proceso tan inédito como la elección judicial de 2025. Por primera vez, candidatas y candidatos al Poder Judicial han tenido que salir de los expedientes y las sentencias para hablarle a la ciudadanía en otro idioma: el de TikTok, Instagram, X y Facebook. Un idioma donde la claridad compite con la brevedad, y la argumentación jurídica redactada en abogañol se reduce a un puñado de segundos atractivos.

Todo bien, sin embargo, ser viral no es lo mismo que ser votado. A diferencia de otros analistas, considero que sí hay buenos esfuerzos creativos, y más, si se toma en cuenta lo restrictivo del modelo.

En ese mismo orden de ideas, es necesario poner sobre la mesa la distancia —el divide, como dicen los vecinos del norte— entre la visibilidad digital aún con algunos buenos esfuerzos, y la intención de voto real. Porque si bien muchas campañas judiciales han logrado posicionarse con miles de reproducciones, reacciones y compartidos, eso no garantiza que el 2 de junio se traduzcan en marcas efectivas en la boleta. Ahí el mayor reto de los equipos creativos.

¿Por qué? Hay varias razones. La primera es el perfil del votante habitual. Las personas que suelen acudir a las urnas en procesos poco convencionales, como esta elección judicial, tienden a ser mayores de 50 años. Y ese grupo etario, por lo general, no está dedicando varias horas al día a explorar reels jurídicos. Si bien las redes sociales han acercado el proceso a un sector de la población, no ha sido a aquel que históricamente sostiene los niveles de participación electoral. Entonces ¿de qué sirve pasar tanto tiempo ahí como candidato? ¿Para qué limitar la actividad de proselitista a la arena digital cuando además la gente usa esos medios pero no para consumir propaganda?

A este reto se suma otro fenómeno: la fragmentación algorítmica. Las campañas llegan a nichos muy definidos, muchas veces convencidos de antemano de los perfiles que habrán de apoyar. Mientras tanto, una gran parte de la población no solo no conoce las candidaturas, sino que ni siquiera sabe que habrá una elección judicial. La burbuja de las redes no siempre refleja el clima real fuera de pantalla.

Finalmente, está el dilema de la percepción. En una carrera donde la imparcialidad y la trayectoria son esenciales, como demuestra la última encuesta del Financiero, hay perfiles que, por mostrarse demasiado como influencers generan dudas sobre su carácter técnico o su seriedad o su neutralidad como sucede con el ministro chicharronero. En contraste, quienes no figuran tanto en lo digital, podrían estar acumulando confianza desde otros frentes más silenciosos pero igual o hasta más efectivos: el acuerdo, el boca en boca, el prestigio profesional, los círculos jurídicos. Entonces, así, paradójicamente una campaña no tan estruendosa resulta más exitosa que la que viralizó a su candidato. Porque de lo que se trata es de ganar en las urnas más votos, no solo en las redes más likes.

Esta reflexión nos recuerda el poder transformador de las tecnologías digitales. Pero también nos llama a la cautela. Porque en política, como en la justicia, lo importante no es solo ser visto, sino ser creíble en materia de imparcialidad y conocimiento técnico. Y entre el clic y el voto hay todavía una distancia que ninguna red social, por sí sola, puede cruzar.

Si te interesa este tema sígueme en X en @AlfredoMedelln o visita mi blog en https://medium.com/@alfredocdmx y continuemos el diálogo.

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