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Por Pedro Linares Manuel
EL ACTO MÁS HUMILDE DE JESÚS
Era Jueves Santo. La mesa estaba servida. El aire, denso. Jesús sabía que su hora se acercaba. En lugar de discursos o despedidas, se levantó, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura.
Luego, echó agua en una vasija… y comenzó a lavar los pies de sus discípulos.
No eligió un discurso grandioso. Eligió arrodillarse. El Maestro, inclinándose ante sus discípulos.
Cuando llegó a Pedro, se produjo un diálogo que atravesaría la historia:
— “Señor, ¿tú me lavas los pies a mí?”.
— “Lo que yo hago no lo comprendes ahora; lo entenderás después”.
— “¡Jamás permitiré que me laves los pies!”.
— “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo”.
— “Entonces, Señor… no sólo los pies, también las manos y la cabeza”.
— “El que ya se ha bañado, sólo necesita lavarse los pies. Está completamente limpio”.
Desde la mirada de las Constelaciones Familiares, este acto revela un principio profundo: el amor se ordena desde la humildad. Jesús, al lavar los pies, restaura simbólicamente el orden del alma: nadie es más que nadie; todos pertenecen, todos son dignos de ser tocados, incluso en lo más bajo.
Pedro, como muchos de nosotros, representa al que no sabe recibir. Rechaza por orgullo, por miedo, por fidelidad inconsciente. En terapia sistémica, sabemos que el amor no fluye cuando hay superioridad, control o juicio. El alma solo sana cuando se deja tocar con respeto.
JESÚS LAVÓ CULPAS
Jesús no solo lavó pies. Lavó culpas, lavó la resistencia, lavó el ego.
Hoy, deja que el amor te lave lo más humano: lo que pisó tierra, lo que se ensució en el camino.
La verdadera sanación no empieza por la cabeza… empieza por los pies.
