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Por Gustavo Infante Cuevas
El Santiago Bernabéu fue testigo de una noche inolvidable y llena de emociones en la que el Real Madrid, entre abucheos y nervios, logró avanzar con sufrimiento a los cuartos de final de la Copa del Rey. Tuve la fortuna de presenciar este encuentro, y lo que viví en el estadio fue un reflejo del drama, la grandeza del fútbol y el ADN Madridista.
El Celta de Vigo, con personalidad y valentía, plantó cara a un Madrid sumido en la incertidumbre. Desde el inicio, el ambiente en el Bernabéu fue tenso: Tchouaméni fue abucheado con cada toque, símbolo de una grada impaciente y exigente. La polémica arbitral no se hizo esperar, con un penalti no señalado a favor del Celta que dejó atónito al estadio. A pesar de ello, los gallegos no se rindieron y mostraron un fútbol valiente que incomodó al equipo blanco.
Con el 2-2 en el tiempo regular, la prórroga se convirtió en un duelo de carácter. Endrick deslumbró con un gol de crack, y Valverde cerró el partido con un disparo monumental, dejando al Bernabéu con el corazón acelerado. Sin embargo, honor al Celta, que demostró que las verdaderas victorias no siempre están en el marcador.
El Real Madrid avanzó, pero la crisis es evidente. El Bernabéu dejó claro que no solo se exige ganar, sino hacerlo con autoridad y estilo. ¿Podrá el equipo superar sus propios fantasmas? Desde mi asiento, la respuesta parece todavía incierta.
