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Por Ricardo Sevilla
Guillermo Sheridan, el enloquecido y racista maestro de Ciro Gómez Leyva, sostiene que “el mexicano es ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, abusivo, caprichoso, cursi, temperamental y alcohólico”.
Sin duda, este tipo debió poner a él y sus amigos frente al espejo.
O quizá debió poner frente al espejo a su hermana, Cecilia Sheridan, la antropóloga que bebía a costa del erario, tal como lo documentamos en un reportaje.
Lamentablemente, a Sheridan y a todos esos clasistas y racistas de la derecha, les indigna que los mexicanos seamos considerados como un pueblo tenaz, combativo y honesto. Para este clase de tontos eso es populismo.
Estos conservadores olvidan que el racismo y el clasismo son dos formas de discriminación que han permeado en nuestra sociedad.
Y no les importa que eso haya causando un daño profundo y duradero en el pueblo.
Personajes como Sheridan se encargan de inocularles a sus alumnos esa execrable ideología supremacista.
Y hoy, las personas que se han dejado envenenar por el virus sheridiano no solo se comportan de manera soberbia y arrogante, sino que miran a las personas por debajo del hombro y, ante el grueso de la población, se suben en un tabique de superioridad intelectual y económica, desde donde valoran o desestiman a las personas según su estatus económico, educación, ocupación o antecedentes familiares.
Estos imbéciles, hundidos hasta las narices en su narcisismo, pasan por alto que el racismo contribuye a la perpetuación de desigualdades sociales. Porque las comunidades racializadas suelen tener menos acceso a recursos como educación de calidad, atención médica adecuada y oportunidades laborales.
Pero eso a ellos les importa un comino.