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Por Eduardo López Betancourt
La política es un término que ha sido objeto de múltiples interpretaciones y malentendidos. A menudo se asocia con la corrupción, el poder y la manipulación, pero, ¿qué significa realmente la política? Tiene sus raíces en la antigua Grecia, donde se consideraba una forma de arte que buscaba el bien común; el término “política” proviene del griego “Politeia”, que se refiere a la organización y gobierno de la ciudad-estado.
A lo largo de la historia, la política ha evolucionado y se ha transformado en diferentes formas de gobierno, desde la monarquía absoluta hasta la democracia representativa; inclusive, la política ha sido utilizada para justificar guerras, revoluciones y cambios sociales. En la actualidad, la política se entiende como el proceso de toma de decisiones que afectan a la sociedad en su conjunto, incluye la formulación de políticas públicas, la gestión de recursos y la representación de intereses.
Sin la política y su praxis, no se concibe la sociedad y menos la democracia, ya que es fundamental para establecer normas y leyes entre las que se encuentran que, regule la convivencia social, proteja los derechos y libertades individuales, promueva el bien común y el desarrollo social y resuelva conflictos y disputas de manera pacífica. Sin embargo, la politiquería, la soberbia, la altanería y la venganza son un cáncer para la política; las prácticas corruptas y autoritarias han llevado a una crisis de confianza que ha dañado la imagen de la democracia.
Un político debería estar guiado por principios morales y éticos, que orienten sus decisiones en beneficio de la sociedad. Estos deberían ser, además, transparentes, responsables, visionarios y comprometidos.
La política no es mala en sí misma, sino que ha sido mal entendida y mal utilizada. Es hora de recuperar su verdadero significado y propósito, por tratarse de una herramienta fundamental para construir una sociedad justa y democrática.
