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ABRAHAM MENDIETA
Es curioso: ya nadie recuerda a Ricardo Anaya, prófugo excandidato del PAN y MC a la Presidencia de la República en 2018, y sin embargo, sigue muy presente.
Y no quiero decir físicamente: eso evidentemente no, pues se esconde en el extranjero de la acción de la justicia mexicana, pero sí simbólicamente.
Uno hubiera imaginado, recordando su fallida candidatura de robot corrupto maquilado por inteligencia artificial, que los blanquiazules aprenderían, y al menos teniendo en frente a la 4T, no se atreverían a volver a candidatear a personas siniestros tan vinculados a la corrupción como él.
Y efectivamente: aprendieron. Postularon a una señora de carácter difícil, pero particular, a priori poco vinculada a la corrupción del viejo régimen, y con cierto toque progresista o rebelde. El problema es que, como siempre le ocurre a oposición, todo era un montaje, y Xochitl Gálvez acabó teniendo aún más señalamientos de corrupción que el propio Ricardo Anaya.
A los 1,500 millones de pesos en contratos públicos y privados con las instituciones que tanto defendía o atacaba, se sumaron los cuestionamientos sobre los favores que recibió el constructor al que luego, la generosa exdelegada de Miguel Hidalgo compraría su vivienda. Y eso sin contar el carrusel de mentiras y torpezas cada vez que en su pasado se encontraba algún cuestionamiento ético.
Durante décadas atacaron a López Obrador por una tontería: los años que tardó en titularse. Y resulta que Xóchitl tardó el triple. Eso no debería ser motivo de vergüenza para nadie, pero cuando lo usas como ataque, se te revierte.
Y por si no fuera suficiente, apareció la puntilla: el informe chueco, que retrotrae a los ataques políticos de ella y sus compañeros contra la ministra Yasmin Esquivel.
El problema de Xóchitl es que siempre construyó su narrativa pretendiendo ser un faro moral que denunciara con frontalidad y virulencia los puntos débiles de la 4T, cuando ella era profundamente inconsistente y se desmoronó en solo unas semanas.
No es justo que ahora busque depurar culpas: ni Alito, ni Marko, ni su asesor Vampipe tienen la culpa de su fracaso político: solo ella.
No hay nada indigno en perder una elección, al contrario, hay derrotas que fortalecen y que saben a victoria: pero es importante saber el papel histórico que juega cada uno, y el de Xochitl Gálvez, hoy por hoy, roza el ridículo.