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Sebastián Ramírez Mendoza
Este fin de semana llegaron los primeros vagones del Tren Maya a la cochera de Cancún. Con más de 1,500 kilómetros que atravesarán y conectarán a Chiapas, Campeche, Tabasco, Yucatán y Quintana Roo, será el proyecto ferroviario de carga y pasajeros más grande del mundo. A pesar de todos los recursos legales promovidos desde supuestas asociaciones civiles, incluso con financiamiento de agencias extranjeras, contra la construcción del Tren Maya desde su inicio, hoy estamos a menos de medio año de su inauguración.
Durante décadas el modelo neoliberal se encargó de condenar al sureste a la pobreza y la marginación, centralizando no solo los servicios públicos y la inversión, sino también la actividad económica de una de las regiones con mayor riqueza cultural y natural del país. Aunque el proyecto naturalmente va a potenciar estas entidades a través de la actividad turística y la enorme generación de empleos directos e indirectos, en meses anteriores se desató a la par de los amparos, una campaña mediática en su contra a la que diversos intereses se sumaron.
No podemos perder de vista que nunca antes se había organizado una consulta indígena tan grande para una obra de infraestructura como la que se realizó antes de iniciar la obra del Tren Maya. De acuerdo con los resultados, más de mil comunidades del sureste apoyaron el proyecto, sin mencionar que en las mediciones de opinión pública al respecto, su aprobación del 2018 a la fecha ha sido muy alta.
Sin duda el Tren Maya será una de las obras más trascendentales de este sexenio y también el corazón del sureste.
