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Ricardo Sevilla
Hablemos claramente y sin tapujos: hubo un tiempo en que la oposición se creía un cisne modernista, y el pueblo le demostró que solo es un pato negro y viejo, un pato disecado, taxidermizado, con el plumaje ralo y polvoriento.
Por un lado, el Partido Acción Nacional (PAN), desde el fondo de su hipocresía, dijo (con esa retórica nacional-catolicista) que quería incorporarse a la revolución pacífica que andaba por la calle. Pero, al salir a la calle, se dieron cuenta de que la revolución que ellos describieron en sus perfumados cubículos era otra cosa.
El resultado fue el esperado: el pueblo los repudio y, al punto, les enseñó que no eran más que unos personajes longevos que despedían el rancio aroma del conservadurismo.
El PRI, lejos de la palestra donde durante sesenta años hicieron lujo de gritos y ladridos, no supieron qué hacer después de que Ernesto Zedillo, en un acto circense, fingió cortarse el dedo y abrió paso a sus amigos, los panistas.
Y mientras tanto, sus intelectuales orgánicos, en su habitual existencia parasitaria, no han sabido encontrar el camino hacia la libertad y la crítica. Incapaces de entender el mundo fuera de su burbuja de privilegios, neoliberales, conservadores y chayoteros (que suelen ir en un solo paquete) no logran pasar de sus formulismos de repertorio: chulear al empresariado y venderles, como pueden, su buena prosa y sus malas ideas.
El PRI, después de sangrar fideicomisos e instituciones, es un cadáver insepulto, que, lejos de obsequiar despensas y cubetas, jamás logró entender en qué consistía la democracia.
El PAN, que se prestó a continuar el modelo neoliberal heredado del priísmo, no hizo otra cosa que patinar sobre la duela astillada que les dejó el grupo Atlacomulco y sus continuadores.
La ley, en tiempos de veda, nos dice que hay que dejar de hablar de elecciones para dar paso a la reflexión. Y la reflexión es buena, porque, pensando con cabeza fría y mesurada, es posible llegar a conclusiones muy nítidas: quizá no sea hora de llamar a votar por tal o cual oposición, pero, sin duda, es tiempo de dejar agonizar al muerto en su cama. Patear a un par de partidos exánimes sería un acto de barbarie.
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