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Antonio Attolini Murra
De ser las elecciones el día de mañana, en México un 60% del padrón electoral habría de ejercer su voto a favor de los candidatos y candidatas de Morena. Es, en el cálculo más generoso para la oposición, cuatro veces más de votos que lo que cualquier otro partido podría sacar en México. El proceso a través del cual una persona define su voto es tanto racional como emocional y en combinaciones siempre fluctuantes difícilmente sistematizables en una fórmula. Pero algo sí es claro: la oposición –política, mediática y económica– en este país se ha dedicado a hacer rabietas y desplantes por la pérdida de sus privilegios. Lo sé yo, lo sabe usted que me lee y lo saben ellos mismos también y por eso están donde están.
En el México de hace apenas unos 10 años sucedieron cosas y se dijeron otras que hoy resultarían impensables. Por poner un ejemplo, la declaración del candidato Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México en donde defiende la decisión de haber utilizado la fuerza pública en contra de la población de San Salvador Atenco (hecho que derivaría en el movimiento #YoSoy132, pero esa es otra historia). Presento esto a colación del nuevo sentido común que impera y se manifiesta en la manera en la que la sociedad ejerce su derecho al voto: Morena gobierna 22 gubernaturas, 17 capitales, más de 800 municipios y su intención del voto está arriba y subiendo. Pero ¿qué significa esto, en realidad?
Significa que entregar los recursos naturales a empresas extranjeras con la promesa de la eficiencia a expensas de la justicia y el desarrollo regional, ya no convence a nadie. Que la seguridad basada en persecuciones y enfrentamientos con armas y balas y en donde se presentan a personas de manera espectacular, pero sin garantizar el ejercicio de derechos, no sirve (y menos si las autoridades trabajan para el narcotráfico). Que la división de poderes y la definición misma de la República implica conflicto: ni el Presidente es intocable, como tampoco lo son jueces, magistrados, ministros o legisladores.
Que el poder solo sirve y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás, porque sí sirve hacer política, militar en un partido y defender públicamente lo que uno cree y piensa. Esta es la herencia que deja el inicio de la Cuarta Transformación de la vida pública de México está dejando para los años por venir. No hay nada indigno ni indecoroso en trabajar para algo más grande que uno mismo.
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