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Ricardo Sevilla
Imagine usted esta escena dominical: Un hombre flaco y desgarbado aparece en escena para hablar sobre un libelo que él mismo ha escrito, o eso dice. Con una sonrisita perturbada, toma asiento al lado de otro sujeto de frente amplia y ojillos achinados que se esmera en limpiarle la silla y sacudirle las solapas de su saco. A todas luces, parece su recadero o su lacayo.
Desde el fondo de una barba desaliñada, el tipo escuálido se dirige a la audiencia, diciéndoles a rajatabla: “¡Buenas tardes! ¡Pues nada, que la democracia de
este país está en peligro! ¡Y hay que defenderla a toda costa!” “¡Y cómo la vamos a defender!”, grita alguien entre el público.
Sorprendido, el famélico es atravesado por un rayo de indignación y vocifera: “¡Pues cómo que cómo! ¡Cómo que cómo! ¡Pues así, defendiéndola!”. El lacayo salta de alegría y, mientras aplaude como foca amaestrada, le dice a su desnutrido jefe: “¡Eso, mi señor Lorenzo! ¡Así se les responde a estos aborígenes de la gran nación chichimeca!
¡Hay que enseñarles que usted es la mismísima democracia en persona! Es más: ni los pele, mi señor Lorenzo. Ya sabe que son gente mensa y aferrada.
Ahora que regrese a su plaza en la UNAM se desquita con alguno de sus alumnos, dándole un zape en la cabeza.
“¡No mams, pishe Ciro! ¡Baja la voz, güe! Ya vez que el gran jefe Toro Sentado ya me acusó con el pueblo güeno en la Mañanera. ¡No lo invoques! ¡No
vaya a dejarnos caer todo el peso de la cuatroté!”, dice, entre risitas desquiciadas, el enteco. Acto seguido, el escuálido personaje pone ojos soñadores y continúa su burda perorata, siempre a gritos: “¡Pues déjenme contarles que el AMLO se trae entre manos un plan B que quiere afectar el derecho de voto de cada ciudadano! Ya saben ustedes que ese señor es un dictador y un tirano y un mesías tropical, como dice mi amigo Krauze. ¡Plis, ayúdenme a promover amparos contra el plan B de reforma electoral de AMLO!”, dice el bufón. Ahora, imagine usted que la escena, más allá de toda sátira, ocurrió.
