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Abraham Mendieta
Es innegable: para quienes tienen una visión de la política completamente diferente a la del presidente López Obrador debe ser muy difícil escuchar siquiera un pedacito de la Conferencia Mañanera, pues evidentemente el ejercicio comunicativo va mucho más allá de una simple exposición sobre algún tema concreto, al que políticos y periodistas puedan estar acostumbrados.
No es casual la aversión que los opositores al presidente le tienen a su mañanera: desde ese espacio, el titular del ejecutivo responde a toda la clase política, mediática y empresarial, pero con sus propios tiempos y temas, y con una audiencia o repercusión que ya quisiera el más firme de los noticieros televisivos.
Pero esa parte de la Conferencia Mañanera, en la que el mandatario expone los errores y las malas intenciones de sus adversarios, no creo que sea lo que realmente les molesta de este ejercicio. Lo que no soportan, lo que no toleran, lo que los conflictúa frontalmente con la mañanera, es la pedagogía política.
Desde su tribuna, López Obrador libra una batalla mucho más grande que la de la cotidianidad política: Andrés Manuel confronta con la vieja forma de entender lo público y lo privado, hace memoria y recuerda las tragedias nacionales que nos trajeron hasta aquí, impide que se olvide la cobardía y la mezquindad de quienes destrozaron al país y hoy quieren todavía sugerir soluciones, e incluso, se permite el tiempo para el deber ser, formando a las
nuevas generaciones políticas, y señalando en dónde deben estar sus lealtades para transformar la vida de la gente.
Lo más reseñable de la mañanera es la pedagogía: habla de política, de historia y de ética, tratando a la ciudadanía como un sujeto que entiende, que piensa y que transforma. Solo Andrés Manuel se atrevió a tratar al pueblo como mayores de edad.
