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Jorge Gómez Naredo
Los senadores de Morena aprobaron el miércoles pasado modificaciones a diversas leyes electorales, lo que se conoce ya como el “plan B” del presidente Andrés Manuel López Obrador.
El “plan A” era la reforma electoral, la cual fue rechazada por la oposición, pues Morena y sus aliados no alcanzaron las dos terceras partes de los votos
en la Cámara de Diputados.
Ese “rechazo” a la reforma electoral fue celebrado por la oposición como un gran triunfo, un triunfo extraño, porque en realidad, según varias encuestas, la mayoría de los mexicanos quería que se aprobara la reforma en materia electoral.
Así pues, surgió el plan B, modificaciones no constitucionales con efectos en la estructura del Instituto Nacional Electoral (INE), y en varias cuestiones más.
A nte eso, la oposición buscó por todos los medios posibles impedir de nueva cuenta que estos cambios pasaran. Lo pensaron como la debacle de
AMLO.
Para que se aprobara el plan B debían aprobarlo la mitad de los senadores, es decir, la mayoría simple. Así pues, los de oposición pensaron que en el Senado podían dar el albazo. Y operaron en ese sentido.
Creyeron que, convenciendo a Ricardo Monreal -el coordinador de los senadores de Morena-, podrían conseguir los votos de legisladores cercanos a él. Pero no fue así. El grupo parlamentario de Morena se mantuvo unido, y sólo se exhibió como un traidor Ricardo Monreal.
Así pues, la oposición, envalentada con su “triunfo” al rechazar la reforma electoral, buscaba dar otro golpe en el Senado. Y no pudieron. Lo único claro que dejó la votación del miércoles pasado es que, Ricardo Monreal, ya no es de Morena.
