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Ricardo Sevilla
Como usted sabe, el viernes pasado, las Fuerzas de Defensa de Israel lanzaron una operación militar en la Franja de Gaza, denominada ‘Amanecer’, cuyo objetivo, supuestamente, era lanzar “ataques preventivos” contra objetivos de la Yihad Islámica.
No obstante, las embestidas provocaron, en menos de tres días, la muerte de más de una treintena de personas, incluidos seis niños. Por si fuera poco, entre los más de doscientos heridos que se han reportado,
se encuentran 96 niños, 30 mujeres y 12 ancianos, según el recuento, publicado por la agencia oficial de noticias palestina Wafa.
No hay duda de que se trata del peor episodio de violencia transfronteriza desde la guerra entre Israel y Hamas del año pasado. Ayer, con la mediación de Egipto, Israel y los militantes palestinos acordaron
una tregua en la Franja de Gaza. El día de hoy, el Consejo de Seguridad de la ONU, con sus habituales desplantes de “bonhomía”, convocó a una reunión de emergencia para tratar lo que ha denominado “la crisis en Gaza”.
Sin embargo, muchos nos preguntamos, con la piel erizada por la sospecha, ¿de qué hablarán los falsos apóstoles de la paz mundial? ¿Conversarán sobre “los beneficios de la guerra”, después de que, como siempre
ocurre, murieron tantas personas? Eso, en términos muy básicos, se llama “querer tapar el pozo después de niño ahogado”.
Y es que “una guerra humanitaria” es un enunciado que engendra una terrible contradicción. No nos engañemos: la violencia que desencadena cualquier combate armado genera daños que nada tienen que ver con el humanismo. Aunque ciertos países belicistas como Israel o Estados Unidos, que se han autoproclamado misioneros de la paz mundial, llevando por aquí y por allá el evangelio de las bombas y de la muerte, lo cierto es que “la guerra es un mal que deshonra al género humano”, como decía el poeta François Fénelon.
