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El segundo largometraje de Ari Aster mezcla de forma sutil el colorido destello del verano con el más profundo temor psicológico
Harry Plus
Calificación: Muy buena (4 estrellas de 5)
Ari Aster es un guionista y cineasta nacido en 1986 en la ciudad de Nueva York, destacó de forma fascinante durante el 2018 debido a su primer largometraje, ‘Hereditary’, una producción atemorizante, inquietante y estupendamente bien dirigida y actuada, que le valió de inmediato el destacar como uno de los más esperanzadores revitalizantes de un género que manifiesta acuciantes problemas de monotonía. De forma predilecta, el director utiliza el vehículo de la familia para exponer la sensibilidad, el deterioro personal y la trágica desesperanza personal, a la par que se deleita de alarmar y acobijar al espectador en una narración detallada y escalofriante sobre elementos perturbadores que dejaran una marca imborrable en la memoria del público asistente. En esta ocasión, Aster llega a la pantalla grande con ‘Midsommar: El terror no espera la noche’, con la cual promete crear una nueva revuelta hacia el género. Una audaz visión del cine de autor.
La trama de ‘Midsommar’ nos lleva a conocer al personaje de ‘Dani’ (Florence Pugh), una joven estadounidense que de forma desafortunada vive la tragedia de perder a sus padres y a su joven hermana, por lo cual decide apoyarse en su no tan comprometido novio ‘Christian’ (Jack Reynor), quien a pesar de que está teniendo problemas para mantener su relación, decide brindar su ayuda. Ante los inminentes planes de ‘Christian’ y sus amigos ‘Mark’, ‘Josh’ y ‘Pelle’, de vacacionar en la Suecia rural para visitar un pequeño pueblo en el que se celebra un festival de mitad de verano cada 90 años, el ’Midsommar’. ’Dani’ decide acompañarlos, pero sin saberlo, pronto las festividades que incluyen rituales paganos violentos e inquietantes, comenzaran a causar estragos en su mente, pues los lugareños insistirán en que los jóvenes se unan y celebren con ellos dicha celebración.
Una de las principales referencias que encontramos en esta producción, es la notable distinción que evocan los colores y las situaciones que envuelven el ambiente de ‘Dani’, pues una primera instancia nos muestra el frío, lluvioso y solitario andar de la protagonista ante la tragedia que ha ocurrido en su familia, con tonalidades azuladas y grises, mostrando con esto el sentimentalismo nostálgico y apabullante que representa la perdida y la depresión. Misma representación que encontramos en su primer trabajo ‘Hereditary’, el cual emplea los recursos oscuros para desarrollar la atmósfera en la cual se desenvuelven sus principales actores, manifestando la intención de que a raíz de la lúgubre noche es que llegan las más atemorizantes acciones. Situación que cambia radicalmente al realizar la transición al cálido clima sueco, con matices amarillentos, mezclados con un blanco puro y esperanzador, una luz natural que nos muestra la oportunidad que tiene la protagonista de encontrar una vía de escape y de auto descubrimiento ante la adversidad que ha dejado atrás. Planos que deslumbran por la estética visual y minimalista de su entorno, con colores bien establecidos que a priori denotarían tranquilidad y calma, pero la intención del cineasta es mostrar que en este relato, las pesadillas surgirán a raíz del comportamiento de los aldeanos, quienes poco a poco inquietan a quien los ve.
Utilizando uno de sus recurso predilectos, el director trata con bastante tranquilidad el desarrollo de su historia y de sus personajes, permitiendo contemplar al espectador cada detalle que rodea a su filme, volviéndolos con esto, participes de la solemnidad; desde la inminente metamorfosis que sufrirán los involucrados, hasta la apremiante necesidad de prevenir sobre lo que está por ocurrir, pues a través de los símbolos y pinturas que se encuentran en las paredes de Hårga, lugar en el que se instala dicho festival, descubrimos los diversos escenarios que tendrán que atravesar los invitados hasta llegar al esperado desenlace. Sutileza y perfección para dejar en el subconsciente, una semilla aterradora que crecerá conforme pasan los minutos. Aquí lo inquietante no es la representación gráfica de la violencia, pues poco o nada hay, si no lo que genera mentalmente lo subsecuente a dichas acciones, saber de antemano que el peligro está latente y no se puede hacer nada para prevenirlo, entender el fatídico andar de la historia y esperar su terminación, una semilla que nos revela lo aterrador del día y el interior de las personas.
Tal cual lo representa en su película antecesora, Ari Aster se apoya en gran parte en la calidad interpretativa de su protagonista, en aquella ocasión con Toni Collette, quien repuntó y entregó uno de sus más finos esfuerzos interpretativos hasta la fecha, en esta ocasión, Aster utiliza a una joven Florence Pugh (‘Lady Macbeth’, 2016 y ‘Luchando con mi familia’, 2019), para denotar la poco usual insistencia en mostrar la expresividad y psicología de los personajes que viven el horror en primera persona, logrando llevar hasta el límite del imaginario a su talento, por lo cual es menester destacar la importancia de Florence, quien muestra la calidad actoral que posee y regala una inolvidable secuencia final plagada de simbolismos y una eminente catarsis ante los acontecimientos presenciados, transformando con esto su vida y su futuro, impregnando en el colectivo una pintura imborrable sobre lo que representa para ‘Dani’, el desenlace de la alegoría del ‘Midsommar’.
Con elementos del folk horror, ‘Midsommar: El terror no espera la noche’, nos lleva por un camino cimentado en la perturbadora y atemorizante representación de lo desconocido, de los ritos ancestrales que evocan la maldad pura de quienes los practican y de lo importante que es una delicada construcción atmosférica sobre el argumento central, pues aquí no hay espacio para el terror sustentado en scare jumps, Ari Aster se toma la tranquilidad para envolverte audiovisualmente en este relato psicológico inquietante y complejo, cumpliendo con esto su cometido, implantar en nuestra cabeza la espeluznante semilla de la intranquilidad.