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La discusión pública que desataron las protestas de hace dos días en la Secretaría de Seguridad Ciudadana y en la Procuraduría General de Justicia, es síntoma, por un lado, de una sociedad que despierta, y por otro, de un Gobierno que la piensa dos veces antes de reprimir.
Es cierto: un aerosol de diamantina rosa en la cabeza del encargado de la seguridad es apenas una mínima expresión de la rabia que las mujeres llevan en las venas; no se compara con un feminicidio o una desaparición.
Pero, más allá de los destrozos y las pintas por parte de las mujeres encapuchadas, quienes se han definido en otras marchas como anarco-feministas, con sus simbolismos guerrilleros ejercen una forma de agresión más sutil pero más efectiva, si prestamos atención a su grito de “violencia feminista” y “¡seremos peores!”.
La causa de defender los derechos humanos de la mujer y reivindicarlos es aplaudible, pero es contradictorio que también participen hombres cuidando las espaldas a las feministas extremas y que además amenacen a los reporteros por filmarlas e intenten impedir su trabajo.
GORGOJO: Nadie quiere policías violadores ni abusivos en la ciudad: esa es la coincidencia de Sheinbaum, Godoy, Orta, de los ciudadanos y de todas las feministas.