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El peregrinaje de, cuando menos, doscientos ochenta y un mil mexicanos por año, quienes abandonan casas y querencias azotados por la represión, sea de los radicales del narcotráfico o de los mandos castrenses evidentemente infiltrados, sólo es comparable al que se observa en las fronteras de las naciones en guerra o bajo el peso de las invasiones falsamente “salvadoras”, de acuerdo a los criterios de los operadores de la Casa Blanca –la de Washington, se entiende–, que se convierten en una marea de humillaciones y hasta “errores” de los sitiados quienes los pagan con sus vidas. Es como si México fuera un disfraz del flagelo bélico… con enormes capas de simulación. No hablo de los emigrantes que buscan un trabajo, sino de cuantos huyen para salvar sus existencias.
Los peregrinos, arrastrando a sus familias –sin atención de ninguna especie porque los operativos especiales sólo se montan para recibir a los “paisanos” del otro lado durante las temporadas de vacaciones–, son blancos demasiado vulnerables para ladrones –los oficiales y los otros–, y presas de una espiral incontrolable de barbarie porque, en cualquier momento, pueden ser víctimas de una emboscada como la de Tlatlaya o, simplemente, de no pocas desapariciones jamás contadas ni contabilizadas. Ya saben ustedes que el manto negro y azul de la derecha, el del PRI y el PAN para decirlo con claridad, ha posibilitado la rehabilitación de la esclavitud bajo el misterio de las fosas clandestinas y la administración hasta de un ex mandatario federal, el señor fox y su consorte, en el terrible caso de los rarámuris obligados a marchar de Chihuahua a Baja California Sur, concretamente a San Quintín, donde han sido y siguen siendo sometidos para la realización de trabajos tan duros como la piel insensible de los gobernantes.
Por cierto, luego de conocerse el involucramiento de la familia fox en el caso de los tarahumaras esclavizados no se procedió a abrir las consiguientes indagatorias. Han apostado a que el periodo de vacaciones, otra vez, aplicara la siempre bien acogida amnesia colectiva para borrar las huellas de los personajes descubiertos y moralmente desahuciados; lo son, sí, por mantener un doble discurso, el del cambio –traicionado al minuto mismo en el que comenzaron las funciones presidenciales de vicente, el de las botas–, y la urgencia de contar con peones sin derechos al estilo de los trabajadores mineros de Cananea, Sonora, o textileros de Río Blanco, Veracruz, quienes comenzaron a fraguar el estallido revolucionario de 1910. Con memoria, el pasado atemoriza; sin ella, los abusos se mantienen impunes, como si se tratara de reducir la conciencia nacional a un palenque jocoso con gallos y cantares. Esto es, fuera de la realidad.