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El coronel Porfirio Díaz, cuyo nombre lleva una calle aledaña al llamado “parque hundido” de la Ciudad de México, es visto como un héroe ferviente de la patria bajo el clima de la invasión extranjera, nada menos del entonces primer ejército del mundo: el francés. También a esta nación debe exigírsele el perdón necesario por cuanto atenaceó a los mexicanos libres y abanderó a los conservadores sumisos hasta la ignominia.

Díaz después le agarró gusto al poder y a punto estuvo de derrocar a Juárez después de proclamar el Plan de la Noria, desconociéndolo. La muerte del Benemérito fue oportuna porque tampoco éste fue propenso a la retirada del Palacio Nacional y consideró que su presencia en la Primera Magistratura era necesaria como centro del equilibrio nacional tras el brutal derramamiento de sangre y el desfalco de las arcas nacionales que financiaron a un “imperio” de caricatura. Me alegro de haber gritado, en la Capilla de los Capuchinos en Viena y delante del catafalco del enajenado de Miramar: ¡Viva Juárez! No pocos entendieron.

Las voces histéricas de quienes casi se rasgan las vestiduras con la solicitud de perdón al Papa y al reyecito Borbón de España por los crímenes cometidos por los frailes que impusieron sus creencias, con inmenso dolor, y los caballeros de más allende el mar, con pertrechos bélicos poco conocidos en nuestra tierra acaso porque, más allá del instinto guerrero de los pueblos originarios éstos desarrollaron una cultura basada en los usos y costumbres gregarias, la paz incluida pese a las rebeliones y los férreos castigos de los aztecas a los pueblos que rodeaban su sede, Tenochtitlan.

En belleza, armonía, cultura, salud y bienestar las naciones de Mesoamérica eran muy superiores a los piojosos y rijosos llegados de la España oscura del medievo feroz en la que los conocidos reyes católicos buscaban vindicarse del dominio árabe hasta la reconquista de Granada que le permitió a Fernando de Aragón el suplicio de acostarse con Isabel de Castilla y su maloliente ropa interior de la que no se despojó durante años hasta aquella efeméride; al Califa Boabdil tiene mucho que agradecer España… sobre todo en cuestiones de medio ambiente.

Por ello, sí, me sumé a la exigencia de perdón que el presidente López Obrador, más lúcido que nunca, envió a la España aún oscurantista bajo el dominio de una monarquía repulsiva y caduca; más lo hice cuando conocí la respuesta, altanera y sin diplomacia alguna, del malhadado régimen de gobierno español que se les está deshaciendo en las manos: catalanes y vascos aborrecen sentirse españoles y por allá van los gallegos. Poco falta para que Castilla y Andalucía sean sus únicos valladares.

Si Alemania pidió perdón a Israel por el holocausto –cada año es mayor el número de víctimas por las que se exige indemnización–, y El Vaticano hizo lo propio respecto a los excesos brutales de quienes han profesado la fe católica y por ello dieron paso a crímenes tan deleznables y continuos que sus relatos forman diez voluminosos tomos publicados hace un lustro, no veo razón alguna para que España haga lo propio a sabiendas de sus múltiples saqueos del presente y de su precaria situación en la Unión Europea en donde ya no se tolera su retrasada recepción de ideas.

¡Basta ya de sumisiones! Y ello comienza, precisamente, levantando el rostro orgulloso de ser mexicano

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