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Nunca he entendido por qué únicamente celebramos la expropiación petrolera, y no la bancaria de 1982, ni la de la electricidad bajo el sexenio de Adolfo López Mateos, quien logró la hazaña de salir popular de la Presidencia, no sólo en el comienzo de su ejercicio, aunque la enfermedad le redujo físicamente hasta su extinción poco después. Desde entonces la felonía, la represión y la autocracia en grado superlativo tomaron el Palacio Nacional.
Al paso del tiempo otros recursos naturales quedaron en manos de los extranjeros, incluyendo nuestras playas en donde no les estaba permitido poseer casonas ni construir complejos de habla inglesa al pie de las mismas; hoy, los mexicanos pudientes deben pagar en dólares y aprender el idioma anglosajón, pendón de los invasores a través de los últimos doscientos años al caer los escudos de la amoral corona española. Siempre hemos sido rehenes y, hasta hoy, ningún mandatario, ni siquiera los de culto, nos ha redimido de ello salvo la proeza enigmática del gran Juárez, éste sí capaz de vencer al mayor ejército del mundo con su perseverancia y su espíritu nacionalista, sin ceder jamás ante el peor de los enemigos de los pueblos: la insaciable sed de conquista.
Andrés Manuel López Obrador puede y debe seguir la secuencia de los mejores y, por ejemplo, expropiar a las empresas canadienses usureras que mantienen dominio sobre la minería con la complacencia de un sindicato corroído cuya dirigencia, con “Napito” Gómez Urrutia a la cabeza, tolera la infamia y se beneficia de ella ahora desde el Senado de la República. No es ésta la línea que debió extenderse con el acontecer político desde el primero de julio de 2018.
Sería un enorme parteagüas, además de iniciar ya los procesos judiciales respectivos contra los ex presidentes y sus grandes testaferros con inclusión de sus poderosos cómplices del sector privado escandalosamente beneficiados por la pobreza general, para la nueva aventura histórica en un plano de libertad y justicia, los pilares donde reposa la paz… y no precisamente la de los sepulcros, como apuntaba el dictador Porfirio Díaz para presumir del adormilado conformismo de los mexicanos.
Y, desde luego, no sé qué se espera para cancelar las adquisiciones fraudulentas de las plataformas petroleras que beneficiaron a las familias rastreras del neoliberalismo: los ex presidentes salinas, fox y zedillo y algunos otros “priminentes” hijos… del sistema como el gran rufián peninsular, Emilio Gamboa, y el rey del Pacífico Manlio Fabio Beltrones. ¿No es demasiado extraño que resistan bajo el cielo de la impunidad y acogidos a un “perdón” presidencial jamás consensuado?
En materia de corrupción, de arriba hacia abajo como ha repetido el presidente, debe darse la consulta nacional para iniciar, de una vez por todas, la destrucción de los cimientos podridos para iniciar la consolidación de los nuevos pilares nacionales.