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El tiempo de AMLO

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El señor fox no deja de hablar; ya hace años superó en locuacidad a echeverría cuyos eternos discursos y apuntes en reuniones eran temidas por sus convocados. Pero Vicente exuda una fraseología por los cuatro costados sintiéndose con derecho a responder con cualquier barrabasada los adjetivos, como el de chachalaca, que le impuso el presidente actual en sus largos años de opositor. Y hoy honra esta condición para dejarse ver, a sus setenta y seis años, diciéndose pobre como pretexto para iniciar su invernadero de mariguana.

Detrás de la incontinencia verbal siempre se encierra un propósito non santo; de allí nuestra insistencia en que los encuentros del mandatario en funciones con los reporteros de la fuente no sean tan largos ni tan frecuentes: estoy seguro de que ganaría en audiencia y en interés en vez de perderla por lo repetitivo de sus frases y rutinas. Pareciera que fuéramos al cine todos los días a ver la misma y prolongada cinta. Ni “Roma” se construyó en mil días de fraseologías.

Quienes miden estas cosas calculan que entre el 7 y el 8 por ciento del tiempo presidencial se agota en estas “mañaneras” en las que se avanza poco, salvo en lo referente a la confrontación con los medios cada vez más áspera –no se entiende entonces el fin primigenio de las mismas–, mientras las grandes decisiones aguardan… en las salas de los aeropuertos.

También es absurdo lo que invierte el presidente en los vuelos comerciales y, por ende, en las salas aeroportuarias, lapso aprovechado para la incontinencia cibernética de las “selfies” de turistas nacionales y hasta extranjeros curiosos, hasta el grado de perder algún vuelo y ser obligado a viajar, por la noche y por carretera, invirtiendo varias horas, de alto riesgo, como consecuencia.

La sensatez no deriva siempre de la estudiada humildad. Y es necesario que el presidente de la República, el más querido por el pueblo pero también el más odiado por un amplio sector de la clase media alta y de los empresarios ladinos, deje de actuar el papel de mandatario casi menesteroso, atrapado en su propia red de palabrerías. Lo dicho: lo queremos para un sexenio, aunque reducido en dos meses, y no para un semestre.

Sobre todo porque los baños de pueblo, tan constantes, no equilibran las horas dedicadas a los empresarios, como Carlos Salazar, nuevo presidente del CCE, quienes le proponen ir de la mano para superar la pobreza y la corrupción que, en buena medida, algunos de los más privilegiados detonaron en plena era el neoliberalismo; porque, desde luego, la fuerza patronal no comenzó hace una semana.

La nación exige, de una vez por todas, acciones firmes que sean los cimientos para la Cuarta Transformación; entre ellas, las debidas pesquisas para llevar a juicio, desde arriba hacia abajo, a los grandes predadores de la patria. ¿O seguirán mofándose de ser intocables como el parlanchín fox, el prepotente calderón, el fallido seductor peña y los ladrones sindicales como Carlos Romero Deschamps?

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