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Pese a que nuestro país forma parte de los bloques noticiosos sobre las regiones más violentas del mundo y cada noche se da el refrendo de acciones bárbaras, asesinatos de periodistas –ya son media docena en lo que va de la nueva administración federal–, crímenes múltiples contra familias enteras y frecuentes encuentros entre mafias, las del gobierno y cuantas forman la delincuencia organizada, aun con todo este peso México NO ha dejado de ser un destino turístico apreciado y encantador con una importante crecida de visitantes.

Si solo en cuanto a la violencia contra colegas nuestros el entorno nacional es comparable únicamente con algunas de las naciones en donde priva la guerra y nunca se sabe si podrá llegarse a la noche sin un tiro en el cuerpo, digamos Siria, Afganistán, Pakistán o Irak, entre otros más, el disparo favorable del turismo va en alza como en las naciones que han encarecido todo para tratar de equilibrar la pérdida de turistas y la tendencia de éstos a evitar gastar de más salvo las excepciones de quienes no saben de pesadumbres y ostentan fortunas difíciles de asimilar por las mentes de los comunes.

Suele suceder que un elevado porcentaje de vacacionistas no salgan ya de sus hoteles advertidos de que cruzando la puerta de la recepción quedan a expensas de la violencia cotidiana; por supuesto, muchos de ellos prefieren disfrutar de las playas, las zonas arqueológicas bien vigiladas, algunos sitios relevantes siempre de la mano de un guía o de varios, en autobuses plenamente confiables. Pero gran número de turistas prefiere gozar de la hostelería y sus limitados conceptos gourmet.

Recuerdo a una pareja española a la que convencí de viajar a la Rivera Maya, una de las zonas más bellas del mundo y acaso con las mejores playas del globo terráqueo, y el diálogo que sostuvimos a su regreso.

–Bien, todo muy bien –me contaron como saludo–.

–¿Disfrutaron de la gastronomía peninsular? –pregunté deseoso, claro, de que elogiara la comida yucateca que enciende mi paladar–.

–Pues, la verdad, en este punto no nos fue como decías.

–¿Por qué? ¿No les gustó?

–Mira la primera noche nos sirvieron un spaghetti infame y a día siguiente pretendimos comer langosta y nos cobraban algo así como 40 euros por una cola… y siendo cuatro nosotros no pudimos darnos ese lujo.

Entendí, desde luego. Los llevan como borreguitos a donde puedan comerse pastas y pizzas, como si no hubieran salido de España o los Estados Unidos, o les cobran un dineral por una langosta pescada en Maine y no en la rivera de la península, en Río Largatos, Yucatán, por ejemplo, que puede encontrarse a un precio muy inferior. El turismo parece armado para los ricos o los tontos que ignorar todo y no aprecian lo mejor del país.

Por supuesto, no los inhibe la violencia cotidiana y ni siquiera se enteran de los ajusticiados en las carreteras colindantes. Y cuando regresan preguntan a quienes les señalamos los riesgos:

–Oye, ustedes los mexicanos son los peores detractores de su país. No pasa nada allí.

Y nos gana el silencio avergonzado.

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