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¿Una mano amiga?

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Hasta hace algunos años, los mexicanos podíamos presumir de ser un pueblo amable, cálido y siempre con la mano extendida para sellar amistades. Incluso, en el tormentoso 1968 cuyo desenlace brutal fue el genocidio de Tlatelolco, el entonces presidente acuñó una sentencia: “ofrecemos y esperamos la amistad con todos los pueblos de la tierra”. La leyenda sirvió, además, como referente para inaugurar la “Ruta de la Amistad” que desembocaba en la Villa Olímpica. No podíamos adivinar lo que se nos vendría encima el 2 de octubre; pero algo intuíamos a la par con nuestra protesta juvenil.
Aquella tarde-noche de la matanza en la Plaza de las Tres Cultura, la versión oficial cayó en una profunda contradicción al señalar a los responsables de los tiroteos a elementos “subversivos”, armados por fuerzas externas y, por ende, destinados a desestabilizar el país. Jamás se cruzó esta línea que, desde luego, contradecía el concepto de generosa entrega al afecto entre naciones y sociedades. No, no todos eran nuestros amigos… pero jamás se definió quienes, entonces, querían hacernos daño hasta arrastrarnos al abismo. Desde luego, gustavo díaz ordaz, el más insultado mandatario hasta que llegó el odio hacia peña nieto, sólo tuvo una salida para “justificar” la atrocidad: elogiar la lealtad del ejército, y del general Marcelino García Barragán, el jalisciense que lo mandaba, como elemento toral para la salvaguarda de las instituciones. Todavía, los viejos zorros, por ahora azorados, creen en ello.
Es innegable que México jamás ha encontrado una mano amiga en el norte del continente, ni en Europa en donde España nos sigue observando como tierra fértil para el saqueo colonial, y pese a ello no ha sido capaz, esto es su gobierno, de buscar hermandades hacia el sur en donde, ansiosos, una larga lista de países soberanos, mal tratados también por la fuerza norteña, han aguardado el liderazgo del hermano mayor –la independencia de nuestro país lo marcó así–, con paciencia espartana y con el sueño de Bolívar por prenda. No ha sido así porque las presiones de los organismos dependientes de la Casa Blanca han desviado todo propósito de unidad.
Me resulta especialmente molesto escuchar hablar a un elemento inculto, rastrero y poco patriota, el señor peña, convocar a la unidad entre los mexicanos tratando de llevarnos, de nuevo, al redil para seguir manipulando al colectivo con llamados lastimosos y cuando, en “lo oscurito”, ya se ha “arreglado” con el impresentable señor Trump, el antimexicanista mayor de cuantos han ocupado la oficina oval en Washington con inclusión de Wilson, Hoover y Truman, entre otros muchos con todo y los hipócritas –Kennedy, Carter–.
Pues bien, los días corren y el gobierno sigue tuerto, empeñado en arreglar los amagos belicistas con Trump quien, de plano, ha confirmado los términos de la llamada telefónica con el ex mandatario mexicano peña, aunque la amenaza de enviar tropas se convirtió en propósito colaboracionista, esto es en coordinación entre las fuerzas militares de uno y otro país –pese al regaño a las nuestras que son “incapaces” a criterio del “pato” Donald–, para combatir al narcotráfico y ofrecer mejores resultados; una severa crítica, sí, a la dejadez y tolerancia de un gobierno vacío de acciones y temeroso de nuevos brotes de violencia… que inevitablemente se han dado.
Si en la Presidencia de nuestro país hubiera estado entonces un visionario, digamos como el general Lázaro Cárdenas, seguramente éste ya habría visitado a las naciones del sur en busca de estructurar un bloque común que luego podría convertirse en una Unión Latinoamericana o incluso un Mercomún con moneda común, para enfrentar a la desatada especulación monetaria de los agiotistas del norte y su desbordado presidente proteccionista quien, ignorante, pretende cuidad a las empresas de su país a costa de reducir las competencia y sin darse cuenta de que, sin “indocumentados” mexicanos, será imposible mantener los precios bajos de sus productos, sobre todo en el sur estadounidense, porque ya no habrá forma de abaratar la mano de obra indispensable. El odio obnubila las mentes de los sátrapas.

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