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México ha vivido permanentemente entre dos fuegos; el del norte con visos de injerencia perversa y el del sur como cadena de hermandad latina que nunca ha sido posible solidificar por las intrigas malsanas del primero. Incluso puede decirse que si se hubiera mirado al otro lado de la frontera sur y hasta la Patagonia en vez de caer en los cantos de sirena de los poderosos capitalistas de Estados Unidos y Canadá, quienes han robado nuestros recursos hasta el hartazgo, seguramente habríamos conformado un bloque más recio que el derivado del TLCAN con su cola marrullera del Mexuscan.
Quizá por ello, y lo decimos con pena, jamás se nos inculcó en nuestras escuelas, cerradas a la filosofía oficial en gran medida –revísense los textos gratuitos de la SEP–, la fuerza de los conquistadores porque, por desgracia, pertenecemos a otra visión de la existencia, la cautiva, por la imposición de una colonia de invasores por más de tres siglos. Pero, caramba, al fin nos levantamos y construimos nuestra República gracias a la fuerza del espíritu juarista y al valor de los verdaderos revolucionarios. Con todo y ello sufrimos más invasiones y afrentas por las que jamás hemos recibido, siquiera, una disculpa histórica y diplomática por parte de los gobiernos rapaces y saqueadores. ¡Nos robaron hasta la mitad de nuestro territorio por la fuerza y pese a la invalidez de los tratados secesionistas!
En 2006 sufrimos uno de los fraudes electorales más escandalosos de nuestro recorrido, a la par dijéramos con el de 1988 cuando la oposición se dejó ver con dos banderas, la de Cárdenas y la de Maquío Clouthier, y el oficialismo dejó caer la guillotina dictatorial sin que ningún gobierno, ninguna voz legitimada en el mundo se dejara escuchar para sostener el corazón herido de nuestra nación. Pese a ello, no hubo hechos de sangre, ni tumultos, ni enfrentamientos salvo las incomodidades viales en la capital por el bloque compuesto por centenares de carpas desde el Paseo de la Reforma hasta el zócalo capitalino. ¡Y hubo voces que se enfurecían por las largas esperas en vez de notar la ausencia de violencia, y de sangre, en una protesta legítima!
Ahora, en la Venezuela chavista que dista mucho de parecerse a México, Nicolás Maduro confronta la fuerza de la potencia norteamericana que avaló, en un instante, la autoproclamación de Juan Guaidó como mandatario sin más fuerza militar que las barricadas populares ante otras decididamente defensoras –con o sin dictadura de por medio– de la soberanía de su nación. Si yo fuera originario de aquellos suelos, pese a mi repudio a Maduro, habría resuelto empuñar la bandera de Venezuela contra cualquier tipo de coloniaje, invasión o bloqueo; haría lo mismo en nuestro México si estuviéramos en esta condición.
Una cosa tengo cierta: USA JAMÁS tendrá la autoridad moral para entrometerse en los asuntos políticos de ninguna nación dentro o fuera de nuestro continente. La historia la repudia.