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No cesa la violencia desde hace años.
El 14 de octubre de 2014, cuando convocamos a un Paro Nacional boicoteado no sólo por el gobierno peñista sino por algunos dirigentes a quienes no cayó bien no ser ellos los que tomaron la iniciativa, sumidos en sus apretados cubículos de soberbia, sólo unos grupos y estudiantes secundaron la llamada y unos cientos de capitalinos –o citadinos de acuerdo a la nueva denominación–, se apostaron, con este columnista, en la puerta principal de Los Pinos. No faltaron los imbéciles que se burlaron por nuestra petición de usar enseres de cocina para hacer ruido al estilo de lo que se ha visto en naciones luchadoras como Chile y Argentina. Los cacerolazos son, en todo caso, mejores que los tiroteos sin dirección alguna. ¡Pero cómo disfrutaron de su boicot!
Esos descalificadores ahora deben justificar su ominosa desidia. Sí, también ante la imagen del drama en Monterrey aun cuando, desde luego, los defensores oficiosos de peña insistieran en lo sucedido en la capital neoleonesa pocas semanas después, tan sacudida por los horrores del narcotráfico; fue allí donde aparecían “colgados” en los cruceros amén de los primeros “narco-bloqueos” en las rúas, no podía ser obra del presidente aquel, apellidado peña, por mucho que éste fuera repelido por la mayor parte de los mexicanos –el 85 por ciento de acuerdo a los sondeos de algunos periódicos y más del 90 por ciento con recogen las organizaciones no gubernamentales–.
Pese a la ligereza de tal juicio es evidente el daño que causa el entorno de violencia, más cuando es provocada por el gobierno como un distractor a la rebeldía cívica, para tratar de apaciguar las voces que reclaman no sólo la rectificación en los precios de los combustibles sino, sobre todo, el abastecimiento normal del mismo y cierta mesura del presidente López Obrador que arrastra las secuelas de sus cardiopatías y debe aprender a reposar. Queremos un mandatario que pueda arribar a 2024 y no uno que sucumba dentro de seis meses en el Hospital Militar.
¿Cuántas generaciones se llevó por delante el genocidio de Tlatelolco? No puede precisarse pero, desde luego, la matanza del jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, sepultó igualmente las ansias de redención de los jóvenes de entonces, todos ellos dispuestos a vencer al sistema con la fuerza de la justicia y la razón, malogrados por la cobardía inaudita de las fuentes oficiales que resistieron y se atrincheraron para asegurar la continuidad política malsana. Así arribó el frívolo lópez portillo y luego vendrían los gobiernos neoliberales entreguistas, descaradamente antimexicanos.