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En París estalló en 2015 la más grande advertencia, esa que no quisieron ignorar algunos cotidianos del norte del país que ahora se niegan a publicar informaciones relacionadas con las mafias del narcotráfico, ensoberbecidas e intocables. En París, nada menos, allí donde dio inicio en 1968 al movimiento estudiantil emancipador confundido por muchos como una rebeldía insana y promovida con intenciones de dominio por parte de cuantos pretender movilizar al mundo, durante seis horas no cesaron los disparos contra las instalaciones de una revista satírica que había publicado caricaturas del profeta Mahoma como si con ello se lanzara un misil para iniciar una nueva “guerra santa”, el señalamiento más feroz de los fundamentalistas llenos de rencor contra el obsesivo intervencionismo estadounidense.
De inmediato, claro, los calculadores españoles se montaron en la misma nave aduciendo que había un paquete “sospechoso” en los edificios del Grupo PRISA –en auge en México a partir de las concesiones de felipe calderón–, y de su periódico “El País”, el cotidiano más vendido ya en algunos puestos de las colonias de mayor poder adquisitivo en donde se han instalado las felices colonias españolas, alemanas y estadounidenses listas a hincar los dientes sobre los recursos de nuestro subsuelo avasallando a las empresas mexicanas demasiado temerosas y especuladoras. Esto es, como si en esta institución no se recibieran, a diario, como lo he constatado personalmente, diversos “bultos” conteniendo cualquier cantidad de elementos de dudosa procedencia, desde libros de autores desconocidos hasta obsequios de toda índole procedentes de diversas partes del mundo, sobre todo de México y de quienes ejercen las funciones de socios entre la clase política.
El caso es que, fantasías o no, lo sucedido en Francia, con saldo inicial de doce muertos acribillados dentro y fuera del semanario Charlie Hebdo, fue un hecho perfectamente planeado y el primer atentado terrorista en la capital de Francia contra un medio de comunicación, precisamente en donde tanto se exalta la libertad de prensa y existe un espíritu patriótico encendido –acaso como efectos de cuanto sufrieron los franceses durante los largos treinta años de conflictos universales con una invasión germana de por medio–, para romper los esquemas y proyectar la brutal inercia de la violencia. Como si hubiéramos exportado el horror de Ayotzinapa como alguna vez lo hicimos con el esquema del monopartidismo a las regiones del sur en donde, paulatinamente, fue fracasando. Sólo en nuestro país, en julio de 2012, apostamos por la victoria de la anti-historia y por el costoso ya retorno del PRI a Los Pinos en una marcha hacia atrás hacia la dictadura simulada y no en busca de la vindicación renovadora.
Por desgracia, los periodistas estaremos mucho más expuestos considerando la actitud soberbia y altanera de quienes nos gobiernan. De creer en sus mensajes publicitarios –los de todos los partidos– tendríamos que creer en las maravillas de cada uno en su perspectiva de “salvar” a México de la violencia y la corrupción… o incluso, como lo hacen los ridículos verdes, de los “ominosos” circos con animales cuya prohibición truncó gran parte de la convivencia familiar en estos tiempos en los que los padres han sido desplazados por los juegos cibernéticos y la lucha interna, en cada hogar, se identifica al ritmo de los inefables programas de excedida violencia. Los bombazos que salen desde las pantallas nos hacen creer que estamos bajo el fuego en los territorios de Siria y en cuantos países de Medio Oriente actúen los talibanes a quienes se mata cuál si fuese una cacería o se tortura impunemente sin ninguna restricción… salvo la retórica impresentable.