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AMANECIMOS Y NO HABÍA BARRICADAS ALREDEDOR DE LOS PINOS NI SE VENDÍAN DROGAS EN LAS SECUNDARIAS
–incluso también en algunas primarias–, y la policía era la institución más respetada por la ciudadanía. No había evasores fiscales porque, claro, la ciudadanía confiaba plenamente en la buena administración y destino de sus impuestos más allá de las mareas intermitentes de la política. No había incluso de habilitar, en la Carta Superior, el término corrupción como el ponzoñoso virus que destruye y carcome por dentro al sistema político mexicano. Ya ni siquiera se discutía sobre la autenticidad del indio Juan Diego, cuyas visiones de la Guadalupana fueron puntos de identidad para la naciente nación mexicana, y nadie hacía del fervor popular arma proselitista para intentar conservar el poder. ¿Se acuerdan de los fox?
Era un día despejado, sin turbulencias en el paisaje y sin agobios por la inminencia de los huracanes financieros críticos. Vivíamos bien, tan estupendamente, que el Metro ya no era materia de demagógico subsidio porque, sencillamente, el poder adquisitivo general lo posibilitaba. (En Madrid, por ejemplo, se presume tener el Metro más económico del mundo; cada viaje cuesta un euro y medio, algo así como veintisiete pesos. ¿Sabrán que allende el mar existe un país, México, donde sólo se cobra cinco pesos por el servicio y aun así no alcanza para cubrir los satisfactores básicos y un entorno, más o menos, digno y saludable?).
Pero este día, en fin. Todos contaban con empleo digno lo que hacía innecesaria las manifestaciones. No cobraban los Ministros casi $600 mil ni los legisladores viajaban más que como lo hacía Julio Verne. (Apunte el dato el señor enrique peña nieto, para tomarlo en cuenta en futuras interpretaciones maliciosas destinadas a provocarle resbalones).