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La aparición de Jair Bolsonaro en Brasil, como futuro presidente de esta nación a partir del 1 de enero de 2019, poco más de un mes, revela no sólo la continuidad de la peligrosa tendencia hacia el autoritarismo en el mundo sino, lo que me resulta más alarmante, una condena a la democracia tras la manera como se han guillotinado a Lula da Silva y Dilma Rouseff –el primero en injusta prisión y la segunda indiciada sin cauce–, y las reacciones hacia la inseguridad generada por los grupos extremistas financiados desde el exterior.
Preocupa, en este ámbito, que el curso de las aguas de la derechización crezca hasta el desbordamiento de los partidos vencidos y ahora reanimados por seguidores cuya perspectiva es negar cualquier avance social en materia de tolerancia hacia las minorías, las etnias, los migrantes y, en fin, todos aquellos que no concuerden con las ideas de los dominantes. Las dictaduras –aunque las hay también de izquierda y no pocas en el mundo–, surgen de la pasividad de las comunidades y el cansancio cívico aunado a la cobardía de las masas. Esto es: lo que pasa ahora mismo entre las naciones diversas.
A unos días de que asuma la Presidencia de la República el mexicano más votado de la historia –en tres elecciones acumula sesenta millones de sufragios, la mitad de ellos el pasado 1 de julio–, la visión global no es halagüeña. Lo dije hace unos días: la Casa Blanca, la de Washington, tiene una visión enferma sobre cómo deben ser las conductas de sus aliados y hasta de sus enemigos. Muy simple: aceptar que el gobierno es intocable y puede hacerlo todo.
Tal es la misión impuesta a Steve Bannon, quien fue asesor de Trump siete meses al inicio de su administración en enero de 2017, cuya separación no fue despido sino parte de un proyecto para asegurar la derechización de algunas naciones claves, como Finlandia, donde la izquierda ha dominado desde hace décadas, Italia o Bélgica, importante porque es sede de la UNESCO y de la Asamblea de la Unión Europea, en donde los partidos de ultraderecha han subido como la espuma situándose en posiciones con posibilidades de vencer en los próximos meses.
No hay casualidades sino hechos, y estos nos indican que, pese al rechazo de las mayores inteligencias de USA, el señor Trump se aferra a su reelección y desdeña el avance mínimo de los demócratas en las recientes elecciones intermedias. Él se siente con potencial suficiente para holgar ventajas y mantenerse en su dorada suite de la residencia oficial.
El virus se extiende y no parece haber vacuna contra el mismo. Al contrario, cada que escucho o leo la expresión de un intolerante o fanático deseoso de cortar cabezas a periodistas –en vez de hablar de los empresarios corruptos–, para silenciarlos, me doy cuenta de que la brecha hacia el autoritarismo está abierta y sólo podrá cancelarla el presidente de México, a partir del 1 de diciembre, si quiere pasar a la historia como el primer mandatario verdaderamente democrático de nuestra historia, el más legitimado; digo para cumplir su sueño de pasar a ella como un buen presidente.
Es mucho lo que podemos esperar; sobre todo cuando escuchemos el mensaje de Andrés el sábado próximo sin zalamerías y con energía. Eso esperamos.