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Parecían muy largos los cinco meses que dura hasta ahora la transición política; a partir de 2024, el periodo se reducirá a doce semanas, lo que es más propio para evitar cuanto se ha dado en el presente: el arrinconamiento del mandatario en funciones por la exaltación popular hacia el electo, en gran medida fruto del rencor acumulado por enrique peña y cuanto representa en la ominosa perspectiva de la violencia, la dependencia, la usura y, sobre todo, la corrupción.

Entre matanzas, reformas inútiles, alzas injustificadas, desviaciones pecuniarias multimillonarias, complicidades con empresas y constructoras de alto nivel, encarecimiento general, depreciación del peso, impunidad para los funcionarios de su régimen –Rosario Robles y Gerardo Ruiz Esparza, Luis Videgaray Caso, incluyendo a los secretarios de la Defensa y Marina y a los que han cursado por Gobernación–, abandono de proyectos sociales y subasta de prestaciones para castigar a los gobernadores no peñistas, transcurrió uno de los regímenes más funestos de la historia y acaso, como el de calderón, en los estándares de quien fue usurpador Victoriano Huerta Márquez, liderando una contrarrevolución que no fracasó del todo a la vista de las consecuencias.

Nada hay que pueda tapar lo ocurrido en estos últimos seis años de oprobio ni siquiera la apagada belleza de su consorte, Angélica Rivera Hurtado –sobrina de miguel de la madrid hurtado–, de quien, según relato de los cronistas rosas, ya se separó hace varias semanas y ni anillo portan sendos consortes. Fue una vergüenza, sí, que la llamada “primera dama”, un título sin bases que desechó ya Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del mandatario electo, y grotescamente ofensivo para millones de mexicanas mejores que ella intelectual y socialmente.

Por cada caso, sea de asesinatos –no olvidemos a nuestros colegas caídos por persecuciones políticas sin nombres–, o de prevaricaciones abominables, enrique peña nieto NO PUEDE SER PERDONADO. Contra él deben seguirse los debidos procesos que lo remitan a la cárcel como uno de los grandes criminales de nuestra crónica nacional; de no hacerse lo anterior quedaría en bancarrota moral la nueva administración federal cuyo hilo conductor, según han dicho los principales protagonistas, es la guerra contra la impunidad.

Sería una enorme bajeza, imposible de creer que ocurra ni siquiera entre los mayores enemigos de Andrés Manuel, asumir el cargo de presidente constitucional el sábado próximo con el viejo lenguaje de la continuidad: “agradezco al presidente peña por las garantías brindadas para la transición política… etcétera”. Francamente, ello fulminaría la autoridad moral del nuevo mandatario y pondría en jaque mate a sus incondicionales y hasta fanáticos que no tendrían cómo justificar tamaña afrenta.

No quiero pensar que suceda lo anterior. No podría traicionarse a sí mismo Andrés ni comenzar su andar con la carga inmensa de la hipocresía. ¡Demasiado hemos tenido con los nombramientos de algunos felones, remedos de otros tiempos, dentro de su gabinete y el ampliado! Por dignidad, no puede darse este escenario bajo circunstancia alguna. La única salida congruente sería sumarse al grito de batalla que le encumbró:

¡CÁRCEL a peña nieto!

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