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Grave pecado

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El mayor enemigo del próximo presidente de México –a ocho días de ascender a la condición de Constitucional–, no está en el norte ni el sur ni allende los océanos; está en casa y más que allí en su propio refugio intelectual. Se encuentra en la soberbia que trata de disimular en los actos públicos, donde suelen exaltarlo como un héroe aún en gestación, pero anida en sus decisiones no siempre lógicas y en ocasiones fuera de la realidad. Lo peor es que, además, buena parte de mexicanos le cuestiona hasta el modo de andar y hasta por sus canas y edad.

Lo superfluo por encima de la profundidad, es cierto, y también dañino para construir la imagen de un liderazgo firme y serio, sin chascarrillos del pobre nivel de fox, con la conciencia de que al ser jefe del Estado mexicano su comportamiento y guía es fundamental para quienes conformamos la gran comunidad nacional. Nada de calificativos insulsos ni peleas de gallos humanos, con o sin espolones, dispuestos a ver a los adversarios como enemigos irredentos y golpearlo hasta su misma extinción. Esto no sería congruente con un gobierno democrático sino se vería paralelo a la autocracia que no se reserva nada y combate cuanto se mueva sin el consentimiento del mandamás.

Fíjense, la intolerancia es tanta que no pocos de los aduladores del inminente mandatario se disgustan porque utilizo el término “régimen” cuando me refiero a la próxima administración federal; el término no es denostativo ni insinúa la presencia de una dictadura: simplemente es referente al conjunto de normas y modelos que dan forma a un gobierno. Así hay regímenes democráticos, revolucionarios, dictatoriales, etcétera. En todo caso es menester esperar el desarrollo del gobierno de Andrés para ponerle apellido; pero el nominativo es correcto, si bien la ignorancia nos quiere imponer denominaciones que simplemente no existen.

Lo anterior es superfluo, desde luego, pero es especialmente significativo del proceder de quienes al ser incondicionales pierden su capacidad de juicio y de criterio y no son sino una nueva “borregada” como la que tanto cuestionaron, cuestionamos, en los tiempos de los regímenes priistas y panistas ya padecidos. A ellos deberían instruir los funcionarios en cierne considerando que ellos y quienes piensan distinto conforman, unidos, la soberanía popular.

No queremos galopar hacia el destierro, como mandaban los reyes autócratas para quienes les contradecían y aún lo hacen los dictadores que se mantienen en el filo de la historia. Pretendemos ir a la par con las acciones del futuro gobierno que tantas esperanzas ha despertado al tiempo de generar crispaciones por parte de cuantos, desde ahora, se sienten acosados temiendo lo que no ven más allá de sus narices.

Porque ningún error de los cometidos por Andrés en la etapa de transición es equiparable a las matanzas de Tanhuato, Tlatlaya y tantos otros lugares, incluyendo las desapariciones de Ayotzinapa; tampoco con la ingente corrupción de peña y sus secuaces, la más elevada de la historia, y la aviesa construcción de obras cuyas comisiones se pagaron mucho antes de ser iniciadas y no terminadas en medio de la jauja de la corrupción.

Por eso estamos en nuestro derecho de no perder la esperanza.

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