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Son, sí, unos farsantes que esconden los rostros y agitan las manos en pro de sus propias fortunas, obtenidas de mala ley y con la sospecha sobre vínculos inconfesables que siempre eluden a la hora de rendir finiquito salvo en contadas excepciones. Se tiene a ocho exgobernadores detrás de las rejas y percibimos que no existe justicia pese a ello porque quienes se salvan son mucho más –acaso los peores– y solo los diferencia el grado de complicidad con los perentorios huéspedes de Los Pinos. Nunca, eso sí, se habían alcanzado los niveles de amoralidad en la Presidencia como en la administración federal en curso y en los gobernadores imitadores.
Con peña han tenido lugar los abusos más descarados, como el caso de Jabnel Carmona Bueno, una joven madre de 32 años, quien fue abusada sexualmente desde que tenía diez años y fue llevada por su padrastro a Alemania en donde la violó por vez primera. El sujeto, un rico empresario y propietario de un rancho donde cría caballos además de haber erigido un cortijo donde celebra corridas de toros, Leonardo Domínguez Adame, convirtió a la chica en objeto de sus bajezas, la peor de ellas hacerla madre, teniendo dos hijas con ella cuando apenas tenía catorce y dieciséis años, bajo el fútil argumento de que solo la usaría como incubadora porque su esposa, la madre de la víctima, ya no tenía posibilidad de procrear.
El monstruoso, desgarrador argumento, permitió a Leonardo registrar a las niñas como hijas suyas y de su mujer, esto es como medias hermanas de Jabnel, en un caso antológico de barbarie sexual. Y así, atemorizada por no querer sola a su progenitora, la niña toleró abusos incalificables, un día sí y otro también, durante casi dos décadas. Sumisa, callada, recibía regalitos supuestamente compensatorios como un “mapache” en condición de mascota y compañía. Hasta que tuvo el valor de salir, o pretenderlo, salir de su infierno.
Dos veces lo intentó. En 2013, cuando acabó en un siquiátrico costeado por Leonardo; y en este 2017, cansada ya de bajezas y ante el horror de que el sujeto, siempre armado y con una cáfila de maleantes alrededor, decidió llevar a vivir en sendas cabañas de su rancho a Jabnel, su madre y a otra chica, para saciar sus deplorables apetencias. Y fue la otra chica, con quien también tuvo hijos, la que intentó huir encontrándose en un laberinto interminable de pistolas y tiros. Entonces, Jabnel sacó su valor y se interpuso, subió a sus hijas y a su madre a la camioneta donde huía su compañera de desgracias y abandonó el rancho de marras.
Me llamó y le impulsé a denunciar los hechos, desde hace casi tres meses. Intenté que el fiscal, un pobre diablo llamado Javier Pérez Durón, y su auxiliar, Eduardo Mancera, se interesaran en el caso y prometieran celeridad. Nada hicieron, claro, porque el fulano este, Leonardo Domínguez, acudió a instancias superiores con las talegas de la corrupción y se pastorea delante de la casa en donde se apiñaron sus víctimas, con insolencia inaudita y sin que actúen las “autoridades”.
Tal es el dibujo, una negra pincelada, de la entidad que gobernaba Graco Ramírez cuando denunciamos los abusos. ¿Ahora entienden por qué fueron capaces de robarse hasta la ayuda a los damnificados de los terremotos de septiembre pasado? No ha sido, ni mucho menos, lo peor de estos infames.
¡Cárcel para ellos!