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Al presidente es menester cuestionarlo con el rigor al que obligan sus constantes desaciertos.
Recordemos que son dos las grandes defensas de la sociedad mexicana contra el autoritarismo y los propósitos de ganar la eternidad por parte de quienes portan la banda tricolor y se creen semidioses dignos de la veneración popular, libres del escrutinio público. Lo más grave es que la fanaticada los sigue y aprueba cada paso aunque no sepan cuál es la dirección del mismo.
Tales incondicionales, puestos de rodillas como sin adoraran a un santo o al dios encarnado, aseveran que nadie debe interrumpir sus esperanzas y cuantos lo hacen es menester enviarlos al infierno donde ya retozan varios ex presidentes malditos en medio de las torturas eternas; a cambio de ello, no faltan mujeres, y no pocos hombres también, cuya defensa cae en lo grotesco al aludir lo indefendible e intentar convertirlo en una nota falsa sólo porque ellos lo dicen y bajo el alegato superficial de que sólo se busca desacreditar al icono intocable.
Cuidado. El Presidente de la República no pude darse el lujo de ofender, fustigar o perseguir a un sector de mexicanos, salvo si son parte de la delincuencia feroz y deben ser reducidos a prisión, como tantos políticos que han hecho más mal que los peores sicarios –salinas, calderón, fox, peña, Gamboa, Beltrones, etcétera–; los demás, aunque sean reaccionarios, persignados o simplemente contrarios al gobierno, por convicción o conveniencia –hay de todo–, tienen el derecho, en democracia, de ser respetado. Por ello, es menester devolverle, quienes se sintieron aludidos –no es mi caso–, con el despectivo calificativo de “fifi”.