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Qué hermoso es aplaudir hasta que las manos nos queden coloradas como secuela del corazón motivado, exultante, pleno; y, al mismo tiempo, qué horrible es guardarnos los brazos detrás de la espalda para no reconocer más que virtudes, cuál si se tratara de dioses terrenales, de los políticos del abacadabra, brujos por esencia, como Emilio Gamboa quien ovacionó, como auténtica foca de esos acuarios prohibidos por quienes creen en la civilidad como forma de colocar a los animales por encima de los racionales, la re-designación de Claudita Ruiz Massieu como presidente del sepultado PRI. ¡Se busca un cementerio gigante!

Con Claudita muchos expían sus conciencias podridas, llenas del atávico rencor hacia cuanto pretendían Colosio y quizá su padre José Francisco –quien fungía como secretario general del PRI cuando fue asesinado–, y de sus soterradas intervenciones para preparar las conjuras mortales, supuestamente sin autores intelectuales, que modificaron el rumbo histórico y político del país en medio de una hecatombe sin precedentes entonces y sólo superada por la barbarie de los sexenios recientes, el del alcohólico calderón y el iletrado peña por decir lo menos.

Pero, por ahora, lo más trascendente es perdonar sin olvidar, difícil tarea que choca con el apotegma principal del presidente electo: “al margen de la ley, dada; por encima de la ley, nadie”. Ante esta tesitura que se antoja irremplazable duele la cabeza al tratar de encontrar razones para algunos nombramientos de Andrés Manuel –con el del director futuro de la CFE en primer nivel­–, la tramposa liberación de Elba, la novia de “Chucky”, los senderos del demonio que llevan de la mano a Javier Duarte de Ochoa y las tremendas, grotescas lisonjas hacia peña nieto, el mandatario odiado, repelido en las urnas aunque no fuese candidato pero sí patrón, y la extrema cortesía con los más poderosos hombres de negocios, antes partes de la “mafia del poder” y hoy factores de desarrollo con la guía del impoluto Alfonso Romo, garante de personajes como los fox, calderón y la ultraderecha que se ufana de ser intocable.

Aplaudamos, por supuesto, la tersura de la transición aunque ésta sea producto de complicidades sin fin. ¿Qué no gobierna todavía Andrés? Pues me parece lo contrario: el arrinconado es peña, olvidado de todos, quien vivirá sus últimos noventa y tres días en la Presidencia entre paredes desnudas y el desmantelamiento de cuanto perfiló para “mover a México”, como los cangrejos, hacia atrás. Muchos de sus gobernadores y ministros estarán felices por tales ejercicios.

Aplaudamos que se puedan borrar, de un plumazo, los turbios pasados de quienes pasan de ser perseguidos al rol de los favoritos. Qué nadie les niegue una segunda oportunidad porque, además, ya lo saben: al periodista que se atreva a señalarlos le puede caer el “daño moral” como guillotina para callar para siempre, retirándose o dejando de señalar denuncias… para que luego los nombren “chayoteros” en un México cargado de incongruencias infecundas y dobles lecturas inmorales. Claro, en la selección de los afortunados beneficiarios de la trama de las hipocresías, sólo debe intervenir una sola, suprema voluntad.

Qué bien. Podemos aplaudir aunque duela. Somos felices por ello.

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