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Allá por 1990, la embajada estadounidense en México, encabezada por John Dimitri Negroponte –negro-puente le llamamos al considerar su turbio pasado incluyendo su paso sangriento por Centroamérica y otras naciones del llamado “tercer mundo”–, me envío una dura misiva en la cual m conminaban a “rectificar” lo dicho, y corroborado, sobre las clínicas instaladas en la frontera sur en donde se realizaban trasplantes de órganos de niños mexicanos a favor de ancianos estadounidenses millonarios que pagaban una fortuna para prolongar sus míseras existencias.
No sólo no me retracté sino que, además, insistí en la embajada de referencia y a su titular que dialogáramos al respecto y al trayecto que seguían nuestros niños, emigrantes por la fuerza, desde regiones depauperadas del sur de México –Oaxaca, Chiapas, Guerrero, sobre todo–, hacia el norte de la frontera con Estados Unidos en donde, curiosamente, desaparecían. Había incluso una lista de los “hospitales” creados ex profeso en el linde con nuestro país. Dijéramos que éstos proliferaban junto con las armerías –una cada dos kilómetros de frontera–, en brutal afrenta a la inteligencia, al raciocinio, esto es como si fuéramos imbéciles.
Desde entonces insisto en el tema y ya han pasado casi tres décadas. Ahora me horroriza enterarme que casi tres mil niños, en su mayoría mexicanos pero también provenientes de Centroamérica, han “desaparecido” de las manos de la Border Patrol, y demás agencias policíacas de aquel país, sin la menor explicación; les basta con un informe somero y superficial, equivalente a una alzada de hombros, para poner el punto final SIN que el gobierno mexicano actúe. Yo no sé si hubiera reaccionado igual peña en el caso de que alguno de sus hijos le hubiera dado ya un nieto para ser desaparecido entre las bambalinas del crimen.
Esto es lo que se sabe: mil quinientos niños se les perdieron a los órganos de seguridad de USA en septiembre y otros más, mil 475 pequeños, en abril. Casi la misma suma como si se tratase de una remesa organizada y bien pagada en los suburbios oscuros de la barbarie y ante los ojos de quién sabe cuántos genízaros listos a mirar hacia otro lado mientras pasan los bebés y los niños raptados ominosamente o, peor aún, vendidos por los padres para salvaguardar a sus demás familiares del hambre y la delincuencia que mata si no se respetan sus órdenes. ¿Estará enterado de esto el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González Pérez, siquiera de oídas?
Nunca la vileza humana llegó a tanto. Por desgracia, ésta será otras de las herencias negras que legará peña al presidente electo quien, de seguro, al ser el “único” mexicano que ha visitado todos los municipios de México –hasta debajo de las piedras también–, tendrá información bastante sobre ello; de otra manera tendríamos que suponer otra condición en él, la de turista privilegiado. Pero no. Él sabe y actuará en consecuencia.