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Me sentí extraño. Lo confieso. Hace un año exactamente, subí a mi página de Facebook, la red en la que están acreditados más de 60 millones de internautas en México –una cifra por sí sorprendente y que revela que una sola persona puede inventarse personalidades anónimas para el cobardeo bombardeo retórico contra las ideas “peligrosas”, un término más cercano al fascismo que la democracia–, diversas alegorías sobre el día de nuestra Independencia, incluyendo los vítores correspondientes que, hasta hace muy poco, sentíamos como vitales puntos de identidad.
Y, como nunca antes –ni siquiera días después de que el plantón de Andrés Manuel López Obrador dejó el Zócalo en las vísperas del “Grito” para no volver más a instalarse–, llovieron varios comentarios acerca de que no había nada por festejar en alusión a la “represión” sufrida por los maestros en rebeldía de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
Desde luego, con la tendenciosa información oficial, tal no es el numen de la controversia ni mucho menos: se trata de exigir no sólo respeto sino dignidad para millones de alumnos que se forman en aulas de alto riesgo, sobre los ductos de PEMEX porque allí los predios son más baratos y no hay nadie que los use, y con muy pobre o nula higiene; es obvio que los males gástricos y de toda índole crecen al ritmo de las bacterias, también las de un gobierno putrefacto, mientras se reprime y humilla a quienes se atreven a alzar la voz. Hay gráficas, con decenas de protestantes sin ropas y acostados ante pelotones de granaderos, que exhiben un evidente paralelismo entre lo ocurrido en 1968 y cuanto parece estar fraguándose en estos tiempos marcados aún por el infierno peñista.
Durante este gobierno ningún mexicano estuvo libre de ser alcanzado por la espalda o incluso ser blanco en el extranjero –como sucedió en Egipto hace más de dos años–, de aviones militares que acaso dispararon como si hiciesen pruebas para el combate a costa de las vidas de los mexicanos. En nuestro país ya derribaron dos helicópteros, cuando menos, y pocos hacen algo al respecto si bien en estos casos se adjudican los incidentes al crimen organizado. ¿Qué se espera para señalar al embajador egipcio, el farsante y mentiroso Yasser Mohamed Ahmed Shaban, como persona non grata y expulsarlo del país al que afrentaron sus superiores concatenando mentiras?
Mientras el gobierno mexicano no sea capaz de velar por nuestra soberanía e integridad seguiremos atestiguando los horrores, la desvergüenza de considerarnos tan débiles que ni siquiera merecemos ser tratados como seres humanos. ¡Los estadounidenses han delineado que la vida de uno de los suyos vale más que la de cien mexicanos! Y no sé cuál sea la proporción en África o en Europa en donde los farsantes dicen preocuparse por la emigración desde Siria al tiempo que alzan barricadas, ordenadas por el Cuarto Reich, para repelerlos en Alemania.
Hablemos de nuestra Insurgencia. Acudí, hace dos años, al Auditorio Nacional, la noche del quince, a escuchar el magnífico concierto del tenor mexicano, de alcances universales, Fernando de la Mora quien, a la hora de dar cauce a la transmisión en directo del “Grito” debió arengar a los asistentes a entonar con el corazón el Himno Nacional ante las voces de varios grupos que clamaban porque siguiera él recordando las baladas, danzones y sones tan extendidos en la gran patria mexicana; esto es, como protesta explicable, si bien dolorosa, contra el gobierno peñista pasando encima de los símbolos patrios y de una celebración única, la ceremonia del “Grito”, que otrora nos identificaba a todos y ahora concita indignación ante la visión de la borregada y el corralito en el Zócalo, anatemas para el impopular mandatario, perdida toda legitimidad política. Dos años antes, normalistas jóvenes fueron reprimidos y vejados por los nuevos bárbaros que quieren imitar a sus iguales de 1968. ¡Malditos sean!