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DAVID LEÓN ROMERO
@DavidLeonRomero
EL ATLETA
Hace un año Ángel, habitante de Juchitán, en un acto de orgullo y heroísmo, izaba la bandera nacional sobre los escombros de su palacio municipal en el estado de Oaxaca, municipio el que murieron más de 30 personas por el sismo de 8.2 grados con epicentro en Pijijiapan, Chiapas. Una imagen estremecedora, que dio la vuelta al mundo y que, junto con otras, detonó la solidaridad y el amor de los mexicanos en torno a los compatriotas en desgracia.
El sismo del 7 de septiembre azotó profundamente a dos de los estados más bellos, diversos, ricos y necesitados de nuestro país: Chiapas y Oaxaca. En cuestión de horas se registró la presencia de las fuerzas armadas en la zona de desastre. Ayuda proveniente de sitios nacionales y extranjeros, llegó de inmediato a los municipios afectados de ambos estados.
Desafortunadamente la tragedia no se detuvo ahí. Un sismo más, de 7.1 grados con epicentro en el límite de los estados de Puebla y Morelos, se hizo presente el 19 de septiembre. Los ojos voltearon su atención al centro del país, obligando a dispersar la ayuda que hasta ese momento estaba dirigida al sur de México.
Los mexicanos llevamos en el ADN una extraordinaria capacidad de respuesta y organización ante situaciones realmente críticas. Nos ponemos de acuerdo de inmediato, nos subordinamos automáticamente con base en nuestras capacidades y, nos despojamos de aquello que tenemos para brindarlo sin regateo a quienes atraviesan por peor momento, sin embargo, esto no es suficiente.
La coordinación de los esfuerzos en este tipo de fenómenos es una tarea reservada para el gobierno federal y su nivel de eficiencia es fácilmente verificable.