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La nueva banda

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Alfonso Romo Garza, destinado a ser jefe de la oficina de la Presidencia bajo la batuta de Andrés Manuel López Obrador, futuro presidente de México, no sólo ocupará una posición casi maldita sino, además, es el encargado de mantener a los empresarios del país, incluyendo los de su vernácula Monterrey, bajo la línea oficial sin perturbaciones ni temores acerca de los nuevos lineamientos propuestos y los que están por llegar. Desde luego, Andrés deberá cambiar su eslogan, cuando apenas recorre el primer quinto de la era de la transición, por el de “primero, los empresarios”.

Desde luego, la peor de las campañas difamatorias es la cual tiene como destino presentar al mandatario en cierne como un falsario o, peor aún, un dios que opera a voluntad y sólo ayuda a quien quiere, no a cuantos hacen filas enormes, diariamente, frente a su casona de la colonia Roma exigiendo la resolución inmediata hasta de sus problemas domésticos y la ausencia de auxilio de la policía por cualquier motivo, muchas veces absurdo, mientras dejan veladoras a lo largo de la calle como si se tratara de una muestra de devoción al Santísimo o un mal augurio si seguimos el precedente británico tras la muerte de Lady Di. De todas maneras es de bastante mal gusto.

Por lo pronto las prioridades, como ya hemos señalado, han sido otras: una mejor, tersa relación con el presidente estadounidense más antimexicano de la historia, y una conversión masiva de empresarios gracias a las dotes del gran misionero Romo, quien pasó de ser uno de los mejores aliados de fox a convertirse en indispensable interlocutor de Andrés, con una habilidad excepcional cabe decir. Y surgen por aquí y por allá proyectos que no tienen explicación expedita.

Por ejemplo, al hablar del proyecto para el Istmo de Tehuantepec, ni mencionó cual sería la conclusión y viabilidad de mismo al tiempo que recibía al secretario de Estado de USA, Michel Pompeo, en una reunión casi amistosa y rodeada de calor y buenas intenciones acaso ara separarse de las asperezas anteriores –algunas muy justificadas, debe aclararse-, que nos pusieron en el límite de la ruptura y si ésta no se dio fue más por el miedo de peña que por la defensa de la soberanía nacional.

Sobre el Istmo, muchos de los simpatizantes incondicionales del futuro mandatario –quienes no pueden creer en algún error logístico de Andrés-, insistieron en que se trataba de un plan terrestre, esto es por vías férreas destinadas a soportar cargas gigantescas del Pacífico, desde Salinas Cruz, Oaxaca, hasta el Golfo de México y el Atlántico, esto es hasta Coatzacoalcos, Veracruz. Pero resulta que, como le explicó Ricardo Anaya Cortés, las rieles ya están instaladas y el tren funciona desde los tiempos del nefasto Pepe Murat, el padre de Alejandrito actual gobernador de Oaxaca por la vía fraudulenta y, por ende, sin legitimidad alguna.

El caso es que el proyecto de marras, en el aire, puede incluir un canal marítimo, como el de Panamá, para quedar más cerca de los puertos estadounidenses. Y de ser así culminaría, al fin, el Tratado McLane-Ocampo, una estrategia del Benemérito para arrancar de México a los rastrojos del ejército francés y ganar la segunda independencia de México. Por cierto, para el juarismo de Andrés debe agregarse que nunca se firmó aquel documento porque el Congreso de USA estaba debidamente informado de las intenciones reales de Juárez que fueron respetadas para no hollar nuestro suelo. El mayor de los mexicanos jamás entregó o sometió a la gran nación que construyó.

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