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Decidir significa actuar proactivamente para hacer que las cosas sucedan, en vez de limitarse a dejar que ocurran como consecuencia del azar o de otros factores externos. La utilizamos desde que abrimos los ojos y elegimos nuestra ropa.
Esta habilidad ofrece herramientas para evaluar las diferentes posibilidades en juego, teniendo en cuenta necesidades, valores, motivaciones, influencias y posibles consecuencias presentes y futuras, tanto en la propia vida como en la de otras personas.
Para tomar una decisión, cualquiera que sea su naturaleza, es necesario conocer, comprender y analizar un problema para darle solución. En algunos casos, por ser tan simples y cotidianos, el proceso se realiza de forma implícita y se soluciona muy rápidamente, pero existen otros casos en los cuales las consecuencias de una mala o buena elección pueden tener repercusiones en la vida y, si es en un contexto laboral, en la organización.
Se pueden clasificar en decisiones programadas o no programadas, teniendo en cuenta aspectos como la frecuencia con la que se presentan y las circunstancias que se afrontan con ellas.